El país no sale de su asombro por la cantidad de plazas en la Asamblea Legislativa entregadas a familiares, amigos, personas relacionadas y miembros de partidos, en una verdadera piñata de puestos que forman parte de una verdadera maquinaria de extracción de fondos públicos; sin embargo, sabemos que no es el único lugar, la Corte Suprema de Justicia, el Órgano judicial, el Ejecutivo y sus autónomas, las alcaldías y casi cualquier oficina pública se han convertido en la forma más fácil de colocar y generar empleo para miles de personas que de otra forma serían presión social y directamente presión personal para los ganadores de cada elección que comprometen esos puestos a cambio de votos y apoyo electoral.

Lastimosamente esta situación la hemos causado todos, los mismos ciudadanos, los mismos que pagamos impuestos, porque aceptamos como cultura electoral esas promesas y esos compromisos; somos nosotros los que elegimos, los que hemos aprendido a chantajear a los políticos y ellos que se dejan con el voto, y les exigimos, en primer lugar, que al llegar al cargo “no se olviden” de quienes votaron convirtiéndose en pago el cargo o en ligas de más altura se dice: “cuando llegue al cargo” ayúdeme con mis negocios, mis empresas o con leyes que me den ventaja.

El salvadoreño se volvió clientelista electoral y ahora nos explota en la cara nuestro guardado de basura bajo la alfombra, de alguna manera todos somos cómplices, permitiendo, callando, siendo muy poco críticos o recibiendo beneficio de la corrupción de forma directa, de ahí el dicho: “cuando llegue me tocará a mí” y por tanto tus corruptos pasarán la fórmula e incluso protegerán a la siguiente generación que asuma en los cargos, para pagar “el favor”.

El erario público se convirtió en un botín partidario, el de los empleados colocados por mi bandera para recibir el 20 % de sus salarios, fácil y muy directa forma de financiar partidos, sin trabajar, sin molestarse y mientras más colocados tenga más dinero recibo, lo que se convirtió en corrupción incluso en las propias entidades políticas, donde es sabido que igual, las cúpulas hacen negocio de sus mismos partidarios y campañas.

La situación es más complicada de lo que parece, recortar plazas es mala palabra porque son demasiados y luego ¿estos dónde irán a trabajar? Al no crecer el empleo privado las plazas públicas y el abuso del presupuesto es la única vía de empleo y la casi única manera de bajar presión social porque la migración cada vez es menos posible, entonces tendremos que mantener a fuerza la fábrica de empleo estatal, cada vez más grande, menos eficiente, más costosa y con efectos devastadores para el resto de la población.

El país más pequeño del continente tiene uno de los presupuestos más grandes y quizá el número más alto de empleados públicos en relación a su PIB, a su estructura y tamaño territorial y paradójicamente no hay presencia del estado en los territorios, no hay suficiente atención y servicios públicos y muy poca inversión, el 80 % si no más del presupuesto es para pagar salarios y gasto corriente, nuestra deuda pública es la cuarta más alta del continente porque prestamos para sostener el gasto, el que con toda simpleza nos dicen “es rígido” “imposible de reducir” .

Necesitamos de verdad la fábrica de empleos, por eso todo el recurso humano vinculado a partidos y no necesario debe ser cesado y ese recurso invertido en facilitar al sector productivo herramientas para crecer y absorber el empleo, aumentar la productividad, pagar más impuestos y que el círculo virtuoso realmente genere beneficio a los salvadoreños, es hora de tomar al toro por los cuernos.