Nuestro país se bate en una larga y compleja transición política, económica y social que ha contribuido a forjar la naturaleza pujante de una sociedad joven que no se amilana ante las adversidades. Las rudas características forjadas en el tiempo nos obligan como país a encontrar en la fuerza interior de nuestra identidad las lecciones para aprovechar las fortalezas, superar debilidades, asumiendo los rasgos e interpretación de los nuevos tiempos y adecuar las herramientas para modelar el futuro, en consonancia con nuestra propia historia.

Recuperar y conocer una parte de la cultura literaria de esa identidad es parte del arduo trabajo del reconocido investigador, escritor y poeta salvadoreño, Carlos Cañas Dinarte. Una de sus obras que no debería faltar en toda biblioteca, el “Diccionario de Autores y Autoras de El Salvador” es una rica recopilación que detalla las biografías y aporte de más de un centenar de literatos nacionales que supieron recoger importantes rasgos en cada época relativos a esa identidad, compendio que resume valiosa información desde 1795 hasta el 2000.

En otro de sus trabajos “Moralejas en la oscuridad: la fábula en El Salvador del siglo XIX”, recogiendo maravillosos trabajos literarios producidos entre los años 1825 y 2000, Cañas Dinarte nos ofrece una rica perspectiva de la forma en la que -desde la fábula política- se expresaron los conflictos de aquella época, por supuesto, con el encanto de esta manera mágica e ingeniosa, crítica y mordaz; así conocemos facetas de algunas transiciones políticas de antaño. La calidad y lucidez lograda en muchas obras de escritores como León Sigüenza y otros brillantes fabulistas salvadoreños, en nada distan de Esopo, La Fontaine o Serguéi Mijalcov.

El trabajo de Cañas Dinarte también nos recuerda a fabulistas salvadoreños anónimos que legaron brillantes obras como “El sacristán y el labrador”, escrita en el contexto de la independencia de España con la expectativa generada de mágicos cambios ofertados en aquella transición política, de la que dejo un fragmento e invito a leerla completa: “El árbol recién nacido en nuestro libre sistema, no puede darnos tan pronto los frutos que se desean, pues son obra del tiempo, del cuidado y diligencia. Son muchos los sacristanes que en el momento quisieran de la libertad naciente estrechar las conveniencias; pero a cada uno daría del labrador la respuesta: Amigo, ¿piensa Usted que esto es soplar y hacer limetas? Cierto señor ignorante, ¡que es capricho y gran tontera”.

Podemos agregar otras fábulas muy aleccionadoras como aquella de Esopo “El que promete imposibles” o la del “El pastorcito mentiroso”. Recuerdo estas figuras en relación a tuits que recogen la frase de las “bombas plantadas” que, dichas por ignorancia o mala fe, encierran mucho contenido para producir nuevas fábulas.

La transferencia de fondos gubernamentales al Fodes se efectúa el 25 de cada mes vencido, los que transfirieron completos según notas periodísticas y en tiempo por un monto ascendente a $25,669,309.96; la fecha del cumplimiento corresponde al periodo de cierre de recepción de pago impuestos del mes respectivo, amparado en el acuerdo entre el Ministerio de Hacienda y el Isdem.

La otra supuesta “bomba plantada”, corresponde a la deuda del Estado por $2.4 millones con una de las empresas que suministran energía eléctrica para el sistema de bombeo de agua potable. En el mismo aviso publicado por esta empresa, se refiere a que “siempre el gobierno de El Salvador ha cumplido con la obligación de pago en los casos que se ha presentado retrasos” y la última a la macabra afirmación que el gobierno estaría detrás del incremento de los homicidios, cuando quienes están poniendo la vida y el pecho son los miembros de la PNC, absurdo.

Por lo tanto, las supuestas “bombas plantadas” denunciadas por el futuro gobernante o corresponden a un garrafal desconocimiento del funcionamiento de lo público o al perverso manejo de una campaña electoral anticipada, o al silencio ante un proceso de transición que en nada se compara a una fiesta de traspaso, o simplemente son para “matar el chucho a tiempo” ante el posible incumplimiento de muchas promesas, parecido a la fábula de Esopo “El que promete imposibles”.