Con todos los candidatos opositores presos, con los medios de comunicación cerrados o censurados, sin observadores electorales extranjeros, sin prensa internacional como testigo y con una población atemorizada por la represión, así se celebrarán las elecciones generales en la vecina Nicaragua este fin de semana.

Como bien lo ha dicho Estados Unidos y la Unión Europea, es una farsa, es una elección fake, y su resultado será absolutamente ilegítimo. Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, a la que ha llamado “copresidenta”, confirmarán el fin de semana esa opera bufa en la que se burlarán de la voluntad popular de los nicaragüenses que no pueden escoger libremente y cuyos votos serán contados por operarios del oficialismo.

Ortega y Murillo iniciarán un cuarto periodo de gobierno bajo una dictadura cruel y despiadada, con la institucionalidad democrática destruida, con un ejército y policía convertidos en brazos armados de la familia gobernante, con una población que vive bajo la amenaza permanente de ir a prisión si expresan una opinión diferente al regimen, donde se violan los derechos humanos y las libertades fundamentales con todo descaro, provocando también que cientos de miles de nicaragüenses hayan huido y buscado refugio en otros países.

A Ortega solo le quedan unos cuantos aliados que lo reconocerán: Cuba, Venezuela, Irán, Bielorrusia y la Honduras de Juan Orlando Hernández. Los gobiernos que se precien de decentes no pueden reconocer a ese regimen ilegítimo, por el contrario, deben unir esfuerzos con la comunidad internacional para que ese país encuentre el camino a la democracia y el respeto a los más elementales derechos de su pueblo.