El Salvador sufrió durante la década de los 80 el conflicto armado más horrible de su historia. Decenas de miles de personas murieron en una guerra civil que hundió al país en su peor debacle moral, económica, social y política y obligó al exilio a un tercio de su población.

De aquel conflicto podemos aprender muchas lecciones de historia. Para empezar, un país sin respeto por la ley y sus instituciones, bajo el mando de militares y civiles sin respeto por las ideas diferentes de sus conciudadanos, es capaz de provocar un conflicto con otro bando cegado por una ideología política que, lejos de ser solución, buscaba crear un régimen extremista que tampoco respetaría los derechos y libertades de los salvadoreños.

Solo la intervención de la comunidad internacional, el fin de la guerra fría y el fin del patrocinio de las superpotencias hacia los bandos en conflicto lograron poner fin a la guerra y de ahí surgieron los Acuerdos de Paz, que han logrado durante casi tres décadas establecer un sistema democrático que, aunque imperfecto en sus prácticas, ha permitido que apertura a todas las ideologías y pensamientos, y que nuestra frágil institucionalidad democrática pueda resistir los caprichos y embates de su clase política.

Esos Acuerdos de Paz ha sido considerados mundialmente un éxito, una medalla para las Naciones Unidas y para el pueblo salvadoreño. Por mucho que el debate político de hoy culpe a los dos partidos que gobernaron desde entonces, no se pueden desestimar los logros que dichos acuerdos permitieron al país.

Hoy El Salvador tiene una democracia donde los ciudadanos podemos expresarnos, exigir transparencia, rendición de cuentas, demandar respeto por nuestros derechos humanos y nuestras libertades, pertenecer a partidos políticos de cualquier ideología o repudiarlos a todos, y además, manifestarnos sin temor a ser reprimidos, exiliados o encarcelados. Eso gracias a los Acuerdos de Paz que nos permitieron cerrar la dolorosa etapa de la guerra civil.