El estado de emergencia sanitaria que vive el país en estos momentos abre las puertas de par en par al examen de la situación real de El Salvador y sus habitantes.

La expansión mundial de la covid-19, y las respuestas, tardías o efectivas, en diferentes países, dan cuenta también de la fragilidad de la existencia humana sobre este planeta.

Aunque aún es temprano para establecer certidumbres sobre las dinámicas de afectación de la covid-19, llaman la atención algunos hechos que motivan ciertos interrogantes: ¿por qué en Europa y en Estados Unidos, sabiendo que cuentan con unos intensos flujos migratorios, se dio una respuesta tan lerda y a ratos imprecisa? Por el contrario, las respuestas ágiles y efectivas de Taiwán, de Japón, de Hong Kong y de Corea del Sur —que en un primer momento experimentó un crecimiento acelerado de contagios—, tan próximos a China, donde se originó la crisis sanitaria mundial, ¿será que dan cuenta de otra mentalidad para atender la situación?

Para el pequeño país periférico que es El Salvador, sin duda el escenario es oscuro. Y no quizás en cuanto a la covid-19, sino en lo que se refiere a la poscrisis sanitaria.

El actual gobierno salvadoreño, hasta hoy, ha sabido conjurar el peligro de una difusión descontrolada de la covid-19, y esto gracias a una estrategia mixta de ágil implementación que bloqueó el acceso de personas provenientes de lugares afectados (Italia y España, más que todo), que permitió tomar pruebas para identificar contagios por SARS-CoV-2 y que ha culminado con el confinamiento total del país (con énfasis en las grandes aglomeraciones urbanas, que es donde resulta más difícil de controlar los contactos). Ya hay casos, y de seguro habrá más, pero en el marco de un dispositivo controlado. Y eso está muy bien.

Sin embargo, resulta que las buenas acciones no siempre vienen solas. Esa fase de contención de la difusión descontrolada de la covid-19 parece haber concluido. Ahora se trata de pasar, en términos sanitarios, a convivir con la latencia del fenómeno. ¿Durante cuánto tiempo? Imposible precisarlo.

Aunque la idea de contar con una vacuna ‘salvadora’ es algo que está en proceso, lo cierto es que no se trata de algo inmediato y para todos los países por igual, puesto que muchos intereses geopolíticos atraviesan esta tragedia mundial. Sino véase cómo en estos momentos la OTAN despliega ejercicios militares o cómo se incrementa la producción de armamentos, mientras en Lombardía o en la Comunidad Madrid o en Nueva York, por ejemplo, a diario mueren centenares de personas.

La pequeñez territorial de El Salvador permite un manejo bastante efectivo de esta emergencia sanitaria, y esto debe ser aprovechado al máximo.

Pero al emprender el manejo de la nueva fase, la de la convivencia con la covid-19 (así como se hace con el VIH o el dengue), es imprescindible contar con ánimo sereno y mirada profunda, para ponderar la situación de los habitantes del país y del sistema de salud imperante. Es aquí donde las cosas se ponen color de hormiga.

Dentro de los escandalosos anuncios hechos, a propósito de la inminencia de la ‘llegada’ y de la difusión de la covid-19, se dijo que se construiría el hospital más grande de América Latina. Sin duda, una exageración con propósitos de publicidad política. Y es que solo basta considerar la situación de los hospitales Rosales (San Salvador), San Juan de Dios (Santa Ana), San Rafael (Santa Tecla) o Santa Gertrudis (San Vicente) para caer en la cuenta de que estamos en presencia de un elefante blanco. Con solo pasar revista al cuadro de afecciones y patologías de todo el país, y de todos los rangos de edad, es fácil caer en la cuenta de que hay una incomprensión mayúscula de la cuestión sanitaria del país.

Ya que se está afirmando que se van a gastar millones de dólares (¿cerca de100 millones?) en construir (aunque esto es un decir, porque en las instalaciones donde esto tendrá lugar más bien se acondicionará lo ya existente; ¿y cuando pase todo se desmontará?) sería la circunstancia perfecta para reconfigurar todo el sistema de salud del país, que no se reduce a contar con hospitales con tecnología de punta y medicamentos, sino que debe hacerse un esfuerzo enorme en materia de prevención. Y en la prevención la clave está no solo en seguir tales o cuales protocolos sanitarios, sino en una modificación sustantiva de las condiciones materiales de los habitantes. Tarea, por cierto, que implica una reconceptualización de lo que hoy se entiende por gestión gubernamental, y donde las medidas y acciones cosméticas no cuentan. Solo asumir el desafío de la descontaminación de las aguas superficiales y subterráneas de todo el país tendría un impacto decisivo sobre el quehacer nacional.

Es decir, este es el momento de la recuperación del tejido social, no el de construir el presuntuoso hospital (de medio pelo) más grande de América Latina. ¿Y es que el cuerpo médico nacional no va a decir nada?