El Salvador ha ido avanzando hacia la pérdida de valores, lo que ha ocasionado un irrespeto al Señor Jesucristo, como creador y sustentador de la vida; a la familia, como fuente de corrección e instrucción de nuevas generaciones; al Estado, como ente rector de derechos y obligaciones, para adecuar conductas dentro de la sociedad; y finalmente existe un irrespeto a los valores patrios, como nunca se había observado, en la que algunos funcionarios, al oír el Himno Nacional no saben qué mano usar, si la izquierda o la derecha, o, en el peor de los casos, no levantan ni la mano y no tienen el fervor cívico de entonar las sagradas notas.

Y como si lo anterior fuera poco, anda circulando por ahí una supuesta comunicación oficial del presidente electo, en la que se ha modificado el Escudo de Armas, agregándosele 14 estrellas donde originalmente lleva la palabra “República de El Salvador en la América Central”, todo ello sin haber seguido el proceso de reforma ante la Asamblea Legislativa, de la ley de Símbolos Patrios vigente aun; es decir, que la sociedad en general está sufriendo de una metamorfosis inclinada hacia la intolerancia y el irrespeto de los deberes y obligaciones que cada ciudadano tiene que practicar, para avanzar hacia el orden constitucional.

El Salvador está definido y organizado así: Dios, Unión y Libertad; entonces, si lo anterior es una verdad escrita en la Constitución, al primero que debemos respetar como nación es a Dios. No obstante, la idea de Dios, plasmada en la Constitución y en todo documento oficial, como lo mandata la Ley de Símbolos Patrios, no deviene de dioses griegos, ni de mitologías extintas como las deidades romanas, ni muchos menos se refiere a los dioses de las religiones del Este asiático, dado que la primera Constitución que rigió el territorio salvadoreño, de 1812 a 1814 y de 1820 a 1823, fue la Constitución española de 1812.

Esa constitución era conocida como la “pepa”, o Constitución de Cádiz, en la que se consagró que el Estado debía ser confesional católico, de modo que la referencia que se hace a Dios, de forma histórica es a Dios padre, a su hijo Jesucristo, como salvador del Mundo y al Espíritu Santo, como consolador de la humanidad; pero los tres son “uno” con funciones complementarias en la creación y la salvación; ulteriormente hubo una separación entre Estado e Iglesia, debido a las múltiples intromisiones de la iglesia, siendo saludable desde el punto de vista de la soberanía, por la independencia que ambas instituciones deben tener; sin embargo, una cosa es la separación de la iglesia, y otra muy distinta que un gobernante desee dirigir una nación sin la dirección y bendición de Dios; de manera que éste ha sido el dilema más grande que han tenido los gobernantes en el último siglo: si permitir que sea Dios quien les aconseje, sin intromisión religiosa o dirigir la nación sin la búsqueda divina.

El primer presidente que permitió a un pastor evangélico en la toma posesión que orara por él fue Tony Saca, el cual estableció igualdad entre católicos y evangélicos.

En el entendido que no son dos religiones, sino una llamada “cristianismo”, lo segundo que define a la patria es la “Unión” y ésta es la piedra en el zapato de la mayoría de gobernantes, dado que todos inician con aires de grandeza por haber ganado la elección, sea con mucho o con pocos votos, y aunque el discurso inaugural casi siempre es de unión, concluyen dirigiendo en favor de su ideología y con provecho propio.

Pero si un presidente permite que Jesús le aconseje por medio de la Biblia, será evidente que no buscará enriquecerse, ni dividir a la nación, sino que procurará siempre la unión, a pesar de las diferencias.

La tercera definición de la patria, es “La Libertad”, comprendida en el sentido estricto, de ser libres para transitar, libres para opinar, libres para elegir el culto religioso, y libres para hacer negocios lícitos. No obstante, a lo anterior, la libertad no se debe interpretar como libertinaje, para hacer cualquier cosa sin medir las consecuencias, ya que esa libertad sin límites y la permisibilidad, es la que ha llevado a que un padre de familia, no corrija, no discipline ni eduque a su hijo, o que un profesor haya perdido potestad para orientar y castigar a un mal alumno.

Para que El Salvador salga de la espiral de violencia en la que hemos caído, se requiere volver a creer en Jesucristo e introducirlo nuevamente a las escuelas, a la familia y a las esferas del Estado, pero esta vez no como religión, sino como un estilo de vida.