Hace años que escuchamos decir que los países de Centroamérica estamos entre los más vulnerables del mundo y este mes de noviembre está confirmando esa afirmación: Dos huracanes de gran intensidad están golpeando la región, dejando docenas de muertos y miles de damnificados, además de cientos de millones en daños materiales.

Para una región tan pobre como la nuestra, las pérdidas materiales son casi irreparables y nos hunden aún más en una situación de miseria y pobreza cada vez más grande. Nuestros países figuran entre los más endeudados del mundo, con índices de pobreza elevados, con elevados déficit de viviendas y con sistemas de salud precarios como los hemos visto durante la pandemia.

De manera que estos dos huracanes son como una puñalada en el pecho para nuestros países. Los testimonios que vemos en los medios internacionales sobre los daños que causó el huracán Eta en Nicaragua, Guatemala y Honduras son extremos. Muchas familias han quedado sin hogar y sin sustento. Y de confirmarse los pronósticos del huracán Iota, muy probablemente ese número se multiplicará y ahora habrá que incluir a muchas familias salvadoreñas en esas afectaciones.

La comunidad internacional debe prestar atención a las necesidades de Centroamérica, una región afectada históricamente por los conflictos sociales, las guerras civiles y la corrupción, y ahora asoladas por las catástrofes naturales que nos están dejando un panorama desolador.

La naturaleza se está ensañando en una región ya destrozada por tantas desgracias.