Ockham “afeitaba como una navaja las barbas de Platón”. Al evaluar dos hipótesis, decía este filósofo británico, se debe dar preferencia a la explicación más sencilla, la bien llamada “navaja de Ockham”. El pensamiento científico, siempre busca una explicación a cualquier fenómeno, incluyendo los reportes gubernamentales ante una epidemia. En la región de las Américas, dos países centroamericanos claman el menor número de contagios y uno de ellos el menor número de muertes causadas por el COVID-19. Oficialmente, Nicaragua, un país con 6,4 millones de habitantes, ha registrado sólo 6.500 casos de Covid-19 y sólo 176 muertes. El Salvador, con 6,5 millones, ha registrado 64.431 casos y 2.025 muertes. Panamá (4.3 millones de habitantes) ha registrado 356.377 casos y 6.135 muertes, y Costa Rica (5,1 millones) ha registrado 217.000 casos y casi 3.000 muertes.

Del total de casos durante más de un año de pandemia en Centroamérica (1,03 millones), solo el 6.9% han sido reportados en estos dos países, Nicaragua y El Salvador; y de las 22.826 muertes, solo el 9.6%. Que dos países centroamericanos se coloquen a nivel del continente americano como líderes indiscutibles en el manejo de tan grave problema sanitario, debería de llenar de orgullo al pueblo centroamericano. Dos países centroamericanos elevándose por sobre los mejores sistemas de salud pública no solo dentro del continente americano sino del mismo mundo. Algo histórico está ocurriendo en la subregión, dicen muchos entusiasmados ciudadanos. Pero vayamos pues, y rasurémosle las barbas a Platón.

Dentro del mundo científico y de la salud pública, los datos que se reportan en cualquier evento sanitario, ya sea una enfermedad endémica o epidémica, hay que buscarles una plausibilidad científica. Es decir, un mecanismo plausible entre causa y efecto, una coherencia entre los datos que se reportan y las intervenciones de salud pública implementadas y que presumiblemente son la causa del fenómeno reportado. En este caso, la prevención de la transmisión del virus, en Nicaragua y El Salvador. “Las ideas se tienen; en las creencias se está” solía decir el sabio Ortega y Gasset. El sentido común da por probadas muchas de nuestras creencias y eso nos permite transitar por la vida con una seguridad que tranquiliza, aunque no tenga fundamentos. Somos una referencia a nivel internacional en el manejo de la pandemia, dice el presidente Bukele. Pero cuando nos preguntamos, ¿qué fundamentos hay detrás de esa fuerte declaración? ¿Qué han hecho para tener un impacto tan exitoso durante la epidemia?

Cuando buscamos una explicación, fundamento o razón conceptual y operativa, nos encontramos, que Nicaragua y El Salvador utilizaron estrategias totalmente opuestas. Nicaragua optó, en compañía de Bolsonaro y Trump, por la estrategia de negación total de la epidemia. El Brasil de Bolsonaro, con el mayor número de muertes diarias por COVID a nivel mundial, más de 375 mil muertes en un año, son un franco testamento del fracaso de negar la virulencia del nuevo virus. Como es presumiblemente de esperar, de acuerdo con todo principio epidemiológico. Es un simple catarrito solía decir el presidente de esa nación. Estados Unidos, fue durante el tiempo de Trump el líder en número de contagios y número de muertes por la epidemia de COVID en el mundo, y solo el federalismo de ese país fue capaz de contener la destrucción masiva social y humana que el Trumpismo causaba. El mismo Trump, sufrió en carne propia, el catarrito de Bolsonaro. Pero a diferencia de esos países y otros que optaron por la negación total de la epidemia, Nicaragua reporta a nivel del continente americano el menor número de contagios y muertes. ¿será posible? ¿Cuál es la explicación u hipótesis de este fenómeno? La explicación más sencilla es clara, y rasurándole las barbas a Platón, Nicaragua al negar la presencia de la epidemia, negó también la presencia de enfermos y muertes.

Cuando las muertes se multiplicaron entre abril y julio de 2020, los medios de comunicación locales informaron de que los funcionarios ocultaron la magnitud de la catástrofe falsificando los certificados de defunción para decir que las víctimas de Covid habían muerto en cambio de diabetes, neumonía u otras enfermedades. En marcado contraste con las cifras oficiales, el Observatorio Ciudadano Covid-19 de Nicaragua ha registrado más de 13.200 casos sospechosos y 3.000 muertes por coronavirus.

El Salvador, por el contrario, cerró fronteras aún y antes del reporte del primer caso, y mantuvo a su población en total encierro por más de tres meses, aunque después de estos tres meses, y argumentando que sus legisladores cerraban espacios para la implementación de medidas sanitarias, abre, casi en su totalidad, la economía salvadoreña.

El gobierno actual de El Salvador, declaró el 11 de junio del 2020, que la documentación generada por el laboratorio nacional de salud pública, que incluyera información relacionada a los mecanismos de toma, procesamiento y divulgación de resultados de pruebas de COVID-19, es información reservada. Esto llanamente significa, que toda información pertinente al estado de la pandemia en nuestro país no es accesible al ciudadano del país. Incluso el plan nacional de despliegue de vacunación contra el SARS-CoV-2, es vedado a los ojos de cualquier ciudadano.

La encuesta Calidad de Vida 2020, de El Salvador “Cómo Vamos”, indagó sobre el tema en el municipio de San Salvador. A los capitalinos se les preguntó: ¿alguien en el hogar se ha enfermado desde que inició la pandemia? Un 44 % respondió que al menos una persona se enfermó de su hogar. Si la cifra se extrapola a la población real, equivaldría a 88,140 personas, si partimos de que la población del municipio de San Salvador es 200,319 personas para 2021. Cifras oficiales indican que un total de 65,491 personas en todo El Salvador se han contagiado de covid-19 durante la pandemia hasta el 9 de abril de 2021. En el municipio de San Salvador se reportan 8,253 casos, o sea 10 menos veces el número estimado por la encuesta realizada por la entidad no-gubernamental.

Un estudio realizado por la universidad de Oxford del Reino Unido midió el exceso de mortalidad de varios países, El Salvador y Nicaragua entre ellos. El exceso de mortalidad es un término utilizado en epidemiología y salud pública que se refiere al número de muertes por todas las causas durante una crisis por encima de lo que habríamos esperado ver en condiciones “normales”. Para ello utilizaron una medida comparable entre países, la puntuación P, que calcula el exceso de mortalidad como la diferencia porcentual entre el número de muertes en 2020-2021 y el número medio de muertes en el mismo periodo -semana o mes- durante los años 2015-2019. Según los resultados de este estudio, Nicaragua es el país de Centroamérica con mayor exceso de mortalidad durante la pandemia. El país tiene un exceso de +4,167% mas muertes durante la pandemia (2020-2021) cuando se compara con el periodo de 2015-2019. Este país es seguido por El Salvador, con un exceso de +2,082% más muertes durante el periodo pandémico. En comparación países como Panamá, solamente muestran un exceso de mortalidad de +32% y Costa Rica de +410%.

Menudo dilema, el que tienen los salubristas y epidemiólogos de Nicaragua y El Salvador para explicar a la ciencia y la comunidad internacional, que hicieron y como lo hicieron, para poder “superar” a sistemas de salud tan prestigiosos de vecinos como Costa Rica y Panamá, cuando números y estadísticas muestran lo contrario.

Es usual y lógico que los gobiernos traten de limitar la difusión de “malas noticias” o manipular los indicadores de salud auto declarados para ejercer un control de daños en tiempos difíciles, especialmente en los países no democráticos. Este control de la información se hace más compleja y difícil en países con fuertes raíces democráticas, por la relativa independencia de las agencias que manejan y controlan la información en salud pública y la consabida exigencia de sus ciudadanos a la información transparente. Pero alguien podría argumentar, que el nuevo modelo Centroamericano de salud pública para el manejo de las epidemias, basado en el “secretismo y las dudas”, es un modelo que satisface las necesidades del consumidor de bienes sociales como lo es la salud, por lo menos en sus respectivos países. A quien le gustan números y estadísticas, que nunca se entienden. Mucho mejor, las imágenes atractivas y las palabras bonitas.

Y a lo mejor, este nuevo modelo, si pudiese llegar a constituirse en un modelo de referencia para el mundo, estableciendo al final de camino, un nuevo modelo cognitivo: La diferencia entre saber y creer que se sabe. Aunque, pensándolo más detenidamente, si este modelo se hubiese empleado por el mundo, a este día, no existiesen vacunas efectivas contra el coronavirus, sino, solamente creencias de una vacuna. Y por supuesto que, ante creencias, por más llenas de imágenes y palabras bonitas, el virus es irreverente. El virus no tiene ojos para ver imágenes, ni oídos para escuchar palabras, aunque se pudiesen inyectar. Un serio problema para la supervivencia de la humanidad.