La pasada campa`ña electoral presidencial no fue para nada justa, ni fue plenamente una campaña democrática. La pasada campaña electoral mostró el estado actual de las cosas en nuestro sistema, al que ordinariamente llamamos democrático y representativo. La pasada campaña electoral no fue completa ni entre iguales, fue una campaña con “los dados cargados y la balanza descalibrada”. Dicha campaña fue desproporcionada y adonde quienes se sienten aún dueños del aparato público y quienes lo han mal administrado en nombre de un pueblo, han -aún en forma tácita y a veces no concertada-, aunaron esfuerzos para evitar que pudiera configurarse una realidad política distinta a la que se estableció en la posguerra.

La pasada campaña electoral presidencial no fue justa, porque el sistema democrático electoral que tenemos tiene mucho de electoral pero poco de democrático, pues un sistema que permite que quien tiene más recursos económicos pueda tener más participación en términos de espacios publicitarios en medios de comunicación, en espacios públicos publicitarios, etc.

¿Qué democrático puede tener un sistema por el cual aquel que tiene más recursos tiene más posibilidad de llevar su mensaje a la población, cuando en democracias más o menos avanzadas, todos los candidatos a la presidencia de la República o a cualquier cargo de elección popular tienen la posibilidad de tener los mismos espacios en los medios, para poder llevar su mensaje político-electoral, a fin de que sea la oferta y el proyecto político lo que prevalezca? Pero nuestro sistema político está lejos de ser democrático, muy lejos, y aquellos que lo administran creen que son dueños de un sistema, de un país, de una población, de un pueblo entero.

Pero parece ser que las cosas están dando un giro y hay mucha preocupación en el medio, porque todo apunta a que hemos llegado a un punto de inflexión en nuestra historia donde ya no pueden haber agentes que se consideren dueños del sistema, sino más bien una realidad política adonde todos los ciudadanos ejercen en su dimensión y contexto la ciudadanía que es la que al final construye la democracia.

Parece que quienes han administrado el sistema se sienten desconcertados, y se sienten así porque no entienden lo que ocurre, casi que no logran entender lo que está pasando, porque tratan de aplicar las mismas reglas y las mismas técnicas políticas para poder ganar elecciones, a ese estado de cosas al cual se acostumbraron, y en el cual aprendieron el llamado método del “clientelismo político” y éste sigue siendo parte del esquema mental de aquellos que piensan que la política tiene que ver con prebendas y compra de voluntades, mas no entienden lo que está pasando y por eso actúan erráticamente.

¡Parece que sienten que se impone algo que como una especie de marea interminable e imparable no logran detener porque en el fondo no logran comprender! Pero ¿Qué es lo que no logran comprender? No logran comprender que existe una especie de convicción más o menos generalizada de que no se puede seguir por el mismo rumbo, por el mismo camino.

Parece ser que hay un quiebre histórico adonde hay un antes y un después entre la manera cómo se percibe el ejercicio del poder público y la manera como tradicionalmente se ha ejercido en términos clientelistas e interesados, para pequeños grupos oligárquicos económicos, y esto es lo más trascendental e importante de nuestros tiempos, porque a partir de ellos se están creando cosas que nunca habíamos visto, y la clase política tradicional a la que yo le he llamado desde hace años, la “rancia partidocracia”, debe entender que su tiempo terminó, que se cerró un ciclo y ese ciclo se cerró precisamente porque no se logró darle solución a las demandas de los gobernados, más bien se profundizó la brecha entre aquellos que lo tienen casi todo y aquellos que no tienen casi nada en la vida.

Por ello, el gran desafío de nuestros tiempos es para nuestro país, encontrar un sistema político que logre resolver los grandes problemas y las grandes demandas de las mayorías y que aquellos que lleguen al campo de la representación, den muestras claras y ejemplos contundentes de lo que es un compromiso con esas grandes demandas y necesidades del pueblo, y ello parte de un principio elemental de que aquellos que lleguen a gobernar se solidaricen con las demandas del colectivo en forma completa y absoluta, plena y sincera. Ha llegado el tiempo del ejercicio de una nueva virtud y ética política.