La pandemia vino a demostrarnos lo que ya sabíamos: el mundo había cambiado. Pero nosotros, lo de este lado del planeta, nos resistíamos y seguíamos empecinados en hacer las mismas cosas como hace 40 o 50 años, apostando por sectores de mano de obra intensiva sin ningún o poco valor agregado y que no permitían el desarrollo de los trabajadores y sus familias. Mucha gente perdió su empleo (entre 60 y 80 mil), muchas empresas cerraron porque el modelo de negocio tradicional no soportó el golpe, sobre todo los más pequeños (para variar) ¿Pero habremos aprendido algo de este golpe?

La pandemia destapó realidades crudas que nadie quiere ver, pero están ahí. Esas realidades que solo se mencionan en las campañas electorales y que nunca avanzan por intereses comerciales o políticos (que al final se vuelven lo mismo). Por ejemplo, unas 600,000 personas en El Salvador no pueden seguir la recomendación de “lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón” porque simplemente no hay agua en su casa, con suerte hay chorro. La mayoría de esas familias va al río o la quebrada a acarrear agua para el uso doméstico o incluso para su consumo. Otros pagan $3 la “barrilada” de agua.

El COVID-19 hizo temblar el modelo de educación presencial con clases largas con contenido que los alumnos debían memorizar para pasar un examen y después olvidar. Pero también puso en aprietos al modelo de educación virtual ya que en pleno 2021 un país de apenas 21,000 kms² no tiene cobertura total de internet, y muchos que tenían cobertura carecían de un dispositivo para conectarse. Según un estudio de Microsoft del 2020, El Salvador solo tiene una cobertura del 45% de internet. Muchos estudiantes del sistema público no pudieron seguir estudiando, sobre todo aquellos del área rural (para variar).

Las relaciones sociales se han visto distorsionadas y creemos que nuestros hijos sufrirán graves consecuencias en su vida adulta por el prolongado encierro y su falta de contacto con otros niños o jóvenes de su misma edad. Eso está por verse, en todo caso las redes sociales y la tecnología ya habían hecho bastante daño a las relaciones interpersonales. Por otra parte, nos dimos cuenta que no necesitamos edificios para que las empresas funcionen ya que sus empleados pueden trabajar desde casa con grandes ventajas: menos gastos en locales, menos desplazamientos por lo tanto menos tráfico, más tiempo con la familia (aunque para algunos sea difícil manejarlo), etc. Pero al mismo tiempo plantea el reto de la efectividad del empleado sin un jefe que lo supervise de forma presencial.

El sector sería muy golpeado. Si en tiempos normales ya no soportaba la carga, mucho menos con pandemia. Esta coyuntura debería obligarnos a replantear completamente todos los niveles de atención, pero sobre todo volver a una premisa básica en salud: la prevención. Algunos creen que habrá más salud con mayor infraestructura y medicinas en los hospitales. Eso está claro que hay que hacerlo, pero el verdadero reto es lograr que la gente no tenga que llegar a un centro de salud por enfermedades “fácilmente” prevenibles. O que si llegan el sistema esté preparado. También nos enseñó que la investigación en salud en El Salvador es casi inexistente.

Creímos que el sector salud sería el más afectado, pero no fue así. Donde más repercusiones tuvo la pandemia fue en la política. Todos los temas antes descritos sobrepasaron las capacidades de los políticos y aún seguimos esperando su respuesta. Sin embargo, el presidente de El Salvador aprovechó muy bien la pandemia. Se dedicó a pedir todo el dinero que pudo, y se lo dieron. La oposición blanda y tibia aceptó darle a quien entró a la Asamblea con el Ejército la llave para acabar con ellos. Le aprobaron más de $3,000 millones a un régimen que no rinde cuentas a nadie y que de a poco se ha ido tomado las instituciones. La oposición prácticamente fue borrada del mapa gracias a la pandemia. Para el COVID-19 hay vacuna, para la ambición que mató a la oposición no la hay.