Hubo tiempos en El Salvador -y en el resto de Centroamérica también- que ser joven era casi un delito. Los jóvenes eran los impulsores de los cambios sociales, los que movían las naciones y hasta promovieron revoluciones. Pero mucho ha cambiado desde entonces.

Un dato estadístico lo demuestra: solo a 14 de cada 100 jóvenes que están por cumplir 18 años le interesó reservar su documento de identidad para poder votar en 2021. Y aunque la proporción de reserva de documento subió del 5 % al 14 % respecto a las elecciones de 2019, es demasiado bajo para incidir políticamente y propiciar cambios en el país.

Solo a 14 de cada 100 jóvenes podrán votar, por primera vez, para elegir diputados y alcaldes.Evidentemente el interés es escaso y no es culpa de ellos, los partidos políticos han sido en gran medida responsables de esta apatía y desinterés no solo de los jóvenes, sino de la población en general.

Los jóvenes no han dimensionado que precisamente la manera de incidir en sus inconformidades políticas es votando, eligiendo, rechazando lo que no les gusta y escogiendo alternativas nuevas. Es su futuro lo que está en juego.

El país tiene, en general, una enorme apatía, indiferencia o pasividad hacia los problemas nacionales. Abundan las voces de aquellos que dicen que no vale la pena ir a votar, sin caer en cuenta que esa actitud solo prolongará los problemas que actualmente sufrimos y reducirá los espacios democráticos para los grupos políticos más fanatizados del país.

Estas nuevas generaciones no pueden ni deben seguir esa indiferencia política, encerrados en su superficial mundo del celular y sin mover absolutamente nada. Si ya estamos mal, ¿qué podemos esperar con una juventud tan indiferente y su futuro?