El discurso público en una democracia en construcción como la nuestra debe ser propositivo y constructivo, que posibilite desde el conocimiento de las más diversas lecturas de la realidad, la construcción de alianzas y acuerdos que permitan mejorarla. La apasionada defensa de las posturas e ideas propias es síntoma de un estado de derecho en el que prevalece la libertad de pensamiento y de expresión, pero que correlativamente trae aparejado el deber de respetar los derechos de los demás.
No es necesario el insulto ni la calumnia, se atacan a las ideas del otro, no a la persona. Se puede estar de acuerdo o no con el presidente de la República, o con el opositor, pero es imperativo mantener la compostura desde la crítica. Lo contrario, es el ruido y la crispación permanente, para el que no hay derecho de respuesta.