Los puertorriqueños dieron una gran lección esta semana de cómo la fuerza de un pueblo puede acabar con un gobernante que se ha burlado del soberano y además enfrenta serios cuestionamientos de corrupción.

Ricardo Roselló se vio obligado a renunciar tras 12 días de protestas al revelarse un chat con sus colaboradores en los que se burlaba de sus adversarios y de su propio pueblo, con expresiones homofóbicas y misóginas. En el fondo, fue la explosión de una nación harta de los malos manejos de la crisis económica, los huracanes y la corrupción.

A diferencia de Puerto Rico y Roselló, que pese a sus defectos escuchó el clamor de su pueblo y entendió que era la hora de partir, en América Latina prevalecen gobernantes que no escuchan el clamor popular de que se vayan del poder y se enquistan con la bota militar, y reprimen y asesinan a su pueblo.

Los regímenes de izquierda radical en Venezuela y Nicaragua han mostrado una barbarie permanente, la violación de los derechos humanos y las libertades fundamentales de sus ciudadanos que reclaman cambios, elecciones libres, institucionalidad democrática, separación de poderes y el fin de la cleptocracia gobernante. La comunidad internacional no puede seguir pasivamente viendo desde lejos lo que sucede en Venezuela y Nicaragua. Hay que contribuir con cambiar su situación.