La semana pasada el Ministerio de Educación nos informó que oficialmente las clases presenciales quedaban suspendidas por el repunte de casos de COVID-19 en los últimos días. La noticia fue un balde de agua fría para mí y para mis hijos. Asumí que este nuevo año debía enseñarles a cuidarse de un virus mientras asistían a clases. Trabajar en equipo la responsabilidad que supone el cuido. En resumen, creía que debía ayudarles a desarrollar la capacidad de adaptarse a esta nueva realidad. Un reto difícil y sin precedentes sin dudas. Sin embargo, jamás me planteé la posibilidad de tener que explicar que no volverán pronto a clases presenciales. Había gran desilusión en sus ojos. El salón de clases, el pupitre y la maestra son más que siempre recursos para ellos. Significan la posibilidad de volver a sentir cierta “normalidad”. Incluso, la posibilidad de calmar la ansiedad que les implicó el aislamiento al que se han visto sometidos por la pandemia.

A pocos días de comenzar nuevamente las clases, me preocupa que mis hijos y cientos de niños tendrán regresar a la educación virtual. Una medida efectiva para evitar el contagio por COVID-19, pero a esta altura de la pandemia, puedo asegurar que tiene un impacto negativo en la salud mental de los niños y niñas. Se trata de comprender que esta educación sucede en contextos que, la mayoría de las veces, no son ideales para el desarrollo integral de la niñez y que ponen una terrible presión sobre las familias que termina impactando en los niños y niñas.

En septiembre pasado publiqué una columna en la que aseguraba que muy pocas cosas son tan agotadoras como el trabajo de ser mamá en tiempos de covid. “Las mujeres y/o cuidadoras están experimentado una realidad que las mantiene al límite de la capacidad física y mental de cualquier ser humano”, dije en ese momento. Cinco meses después, reitero mis palabras. Quienes están asumiendo el cuido en tiempo de pandemia siguen siendo mujeres y/o mamás que deben de ocuparse de la educación formal e informal sin ninguna orientación o aptitudes para ello. ¡No se nace siendo mamá, como tampoco se nace siendo maestra! Muchas tomando dobles o triples roles de cuidadoras, maestras, proveedoras, etc. Por otro lado, las mamás que deben de salir a trabajar diariamente para traer sustento no tendrán más opción que dejar a sus hijos con cuidadoras, familias o simplemente se quedarán solos. Esa es la realidad de El Salvador.

Recién concluimos un año escolar enredado, confuso y muy estresante. Sobrevivimos al 2020 en medio de una dinámica absolutamente caótica que está afectando nuestro futuro porque estamos viendo cada vez más niños y niñas con síntomas de depresión. Mientras los adultos buscamos la forma de canalizar la frustración que implica adaptarse a esta nueva realidad o las perdidas en tiempos de COVID, los peques llevan un año en silencio o haciendo “berrinches” que no comprendemos.

De acuerdo al Ministerio de Salud, el 47.4% de los intentos de suicidio son estudiantes. Algo que los ubica como una población que debería de tener atención sicológica de manera permanente. Los adolescentes de entre 15 a 19 años representan el 80% de los casos de intento de suicidio atendidos en los hospitales nacionales, pero también hay un 20% que representan casos de niños entre los 10 a 14 años (Informe sobre Identificación y Seguimiento de Casos de Intento Suicida en Adolescentes, publicado en agosto de 2019).

No podemos tapar el sol con el dedo. Iniciamos un año con mayores niveles de vulnerabilidad en la niñez salvadoreña. Sabemos perfectamente qué implica la modalidad virtual. ¡Venimos de allí! Sabemos que no solo se trata de acceso a internet y de sentarse frente a la computadora o teléfono. Es necesario comprender el entono que implica esta modalidad. Quedarse en casa implica muchas veces estar cerca de sus propios agresores.

La modalidad presencial es la única oportunidad para que muchos padres y madres salvadoreñas puedan ir a sus trabajos sabiendo que sus peques estarán, al menos por un par de horas, bajo la vigilancia de los educadores. Esa burbuja que es la escuela es el único recurso que garantiza seguridad o simplemente acceder a refrigerios que no lo pueden garantizar a diario las familias. Se puede cuestionar la calidad de la educación, pero hoy por hoy, ir a la escuela significa la posibilidad de tener el sostén que los niños y niñas necesitan en tiempos de pandemia en El Salvador.