Desde el 1 de junio los asuntos políticos en El Salvador se están moviendo rápido. Casi parece que es una carrera de relevos o un concurso de palabras difíciles. Quien gana cada prueba, pasa a la siguiente. El asunto es que nadie sabe cuántas pruebas son ni cuándo terminarán.

Después de 30 años de gobiernos conservadores, los 20 de Alianza Republicana Nacionalista, Arena, y los 10 del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, FMLN, el ejercicio político que se derivará del presente gobierno recién desplegado causará no pocas incertidumbres y alentará muchas expectativas.

Ni qué decir que Arena y el FMLN le desean la peor de las suertes al actual gobierno. No solo porque están siendo fustigados desde el inicio (el FMLN más que todo, o más bien sus dirigentes principales) sino porque la vía de acceso del movimiento político que le da sustento aprovechó el inocultable descrédito de los partidos políticos y se saltó todos los obstáculos que le pusieron, al mejor estilo de los malabaristas callejeros, y el 3 de febrero pasado les propinó, a Arena y al FMLN juntos, en vaca, se dice en buen salvadoreño, un “knock out” electoral inobjetable del que aún no se reponen.

Todo ha sido muy rápido y estos partidos conservadores, por definición, son lerdos y al parecer cargan fardos inútiles que los retardan y de los que no se pueden deshacer porque creen que se desmaterializarán. En realidad se trata de fetichismos políticos que los terminaron por intoxicar.

Rapidez contra lentitud, siguiendo a Paul Virilio, podría titularse una reflexión política del presente momento.

El FMLN ha entregado un cuadro de gestión gubernamental lleno de inconsistencias e imposturas que amerita ser evaluado con seriedad. Diez años es un lapso más que suficiente para mostrar de qué está hecho un proyecto político, y el del FMLN parece que era de aserrín. Ostentó durante mucho tiempo el símbolo de la herencia de la lucha por la justicia social, pero en el camino sus dirigentes y operadores, agrios y avejentados, en lo físico y en lo espiritual, fueron olvidando eso, y cuando llegó la hora de la puja electoral, el FMLN ya estaba derrotado de antemano.

Y eso que aún falta la investigación con lupa que debe hacerse del manejo de la cosa pública en estos 10 años. La cuestión no pinta bien si nos atenemos a lo que se ha filtrado sobre las acusaciones fiscales que pesan sobre la red encabezada por el expresidente Funes, muy similar, e incluso con puntos de contacto, a la red del hoy confeso reo por corrupción Elías Antonio Saca, expresidente de la república.

No es que la monumental pérdida de votos experimentada por el FMLN el 3 de febrero se deba a que miles de salvadoreños se confundieron de puerta de abordaje, no, eso sería considerar inepta a la ciudadanía y a los votantes en particular. Del desencanto al rechazo solo hay un pequeño paso y la dirigencia actual del FMLN no reparó que se movía en alas de cucaracha y creyó que poniendo otras caras y otras palabras bastaría para revertir lo que tenían frente a sus narices y que se negaron a analizar con cuidado. Y es que la soberbia se envalentona cuando se cuenta con cuotas de poder político.

Arena ha pagado con menos costos, en términos de caudal electoral, la derrota del 3 de febrero, pero no parece encajar con entereza y sobriedad el asunto. Tiene desafíos por fuera (¿el partido Nuestro Tiempo?) y por dentro, que si no sabe manejar con buen tino le pueden perforar la ya añeja embarcación.

Es muy temprano aún para sentenciar, enviñetar y dar por liquidado al nuevo gobierno. Tiene que asentarse, buscar precisión, equivocarse, corregir y aprender a caminar y a empujar ese bulto pesadísimo que es el aparato gubernamental, que a gritos pide una reforma, pero no cualquiera, sino una que tenga en la mira el bienestar popular y nacional, de lo contrario podría resultar contraproducente. Sin este reacomodo estratégico, simple pero de gran calado, los empeños en economía, en convivencia social, para citar los cruciales, no podrán despegar.

La novedad quizás esté en la velocidad con la que acometerá sus tentativas. Todo indica, por lo visto en los primeros días, que el ritmo podría llegar a ser trepidante, para propios y ajenos, y no todas las partes del aparato gubernamental podrán llevar el paso.

En todo caso, Alea iacta est, es decir, la suerte está echada.