Ayer se cumplieron 19 años del horrible terremoto que enterró las vidas y sueños de centenares de personas en Las Colinas de Santa Tecla. Estuve ahí durante los rescates, la mañana siguiente del terremoto, y fue una colección de demasiadas tragedias juntas. La fragilidad de la vida humana nunca estuvo más expuesta para mí. Pero también los más elevados sentimientos de solidaridad de parte de los salvadoreños.

Caminando sobre el derrumbe de Las Colinas, que soterraban las casas donde sus habitantes vivían sus historias, encontré docenas de personas que llegaron a ayudar, a sacar tierra con sus propias manos para ayudar a amigos o a desconocidos, no importaba. Todavía vi a algunos sobrevivientes salir con vida, también a muchos encontrar los cuerpos de sus seres queridos y llorar inconsolables porque la fuerza de la naturaleza se los había arrancado.

Aunque Las Colinas fue el símbolo de la tragedia, también hay que recordar las víctimas en la carretera a Comasagua, donde también hubo derrumbes y también en Los Chorros, lugar que nunca volvimos a ver de la misma forma.

El cementerio de Santa Tecla acogió a docenas de personas en fosas comunes, incluyendo menores de edad. La magnitud de aquel desastre fue inmenso. El país se sintió golpeado, vulnerable y mucho del entusiasmo y optimismo que había después de los Acuerdos de Paz, se empezó a apagar entonces.

Pero insisto. Esos días sacaron lo mejor de los salvadoreños que no dudaron en ayudar a su prójimo que sufría la pérdida de sus seres queridos o de sus bienes materiales. Sin duda viviremos desastres naturales similares en el futuro, vivimos en una zona de alto riesgo sísmico, pero es importante mejorar los códigos de construcción, estar preparados, educarnos ante las catástrofes.