Las imágenes de la muerte de Victoria Salazar Arriaza a manos de cuatro agentes de la Policía Municipal de Tulum, en el estado mexicano de Quintana Roo, son indignantes, dolorosas, trágicas. El claro ejemplo de la brutalidad policial, del abuso y del poder mal utilizado.

Esta vez la víctima era una compatriota que vivía en México como refugiada, madre soltera de dos menores de edad que esos malos policías dejaron desamparadas. Es imposible no comparar el caso de Victoria con el del afroestadounidense, George Floyd, también asesinado por cuatro policías estadounidenses casi con la misma llave que torturó a ambos hasta la muerte. En el caso de Victoria, le fracturó las vértebras y el cuello hasta morir. Luego fue lanzada a un pickup como si nada.

Hay que reconocer que el gobierno salvadoreño ha reaccionado en defensa de Victoria y el presidente Bukele ha ofrecido que el gobierno se hará cargo de la manutención y los estudios de sus hijas. También hay que reconocer la voluntad de las autoridades mexicanas en detener y acusar a los policías que cometieron este execrable crimen. Ojalá que la justicia prevalezca. Los dos países queremos ver a esos agentes castigados como se merecen.

Pero nada de eso hubiera sido posible sin las fotos y vídeos que atestiguaron el abuso policial. Esas son pruebas fundamentales irrefutables han sido la clave para que todos nos indignemos y demandemos justicia ante esta barbarie cometida. La familia de Victoria, su madre, sus hermanos, sus hijas, merecen justicia y reparación.