La llegada de la pandemia por COVID-19 transformó la historia de la humanidad. El mundo y El Salvador entero se debaten entre la vida y la muerte por el virus, mientras gana terreno una profunda crisis multidimensional.

El Salvador, como el resto de los países, enfrenta un escenario sin precedentes. La pandemia abrió las puertas a grandes desafíos en el área económica, social y política. Cientos de personas están enfermando y mueren al someterse a un sistema público de salud incapaz de responder a la crisis sanitaria que estamos resistiendo desde hace meses. A diario se cierran pequeños y medianos negocios, fuentes de ingreso de miles de familias salvadoreñas que, de un día para otro, se quedan sin el sustento familiar.

Esta realidad afectará particularmente a sectores más vulnerables. Datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) arrojan que la situación de pobreza se incrementará en 45.4 millones de personas en 2020, cifra que representa el 37.3 % de la población latinoamericana.

También se expresa en la profundización de las desigualdades de género existentes en todos los espacios, tanto públicos como privados. A la carga adicional que ha significado el cuido de las personas dependientes en la familia, a la educación formal de hijos e hijas mientras se sobrevive en confinamiento, cientos de mujeres vendedoras, pequeñas comerciantes, profesionales están perdiendo su fuente de ingreso. Mujeres que históricamente han sido la principal fuerza de trabajo de sus familias en este país.

Al impacto económico y social se suma la crisis política que venimos experimentando, con mayor énfasis, desde el inicio de la pandemia. Hemos sido testigos de la incapacidad que muestra el Ejecutivo y el Legislativo de construir una ruta de salida al confinamiento. Hace poco seguimos de cerca un intento de normar la salida de la cuarentena y la reapertura económica. Este ejercicio no transcendió. Más bien, afloraron emociones, insultos y expresiones subidas de tono que terminaron agudizando la confrontación entre estos dos poderes del Estado. Una situación vergonzosa, pero sobre todo, preocupante. Me pregunto ¿cuánta presión extra puede resistir nuestro país?

Como ciudadana creo que la ruta de salida pasa necesariamente por la construcción de consensos a través del diálogo, porque esta crisis es de múltiples dimensiones. No podremos ni siquiera pensar en flotar si persisten los compartimentos estancos en la mente de los tomadores de decisión. De hecho, el mundo se mueve en una lógica diferente. Los gobiernos de la Unión Europea, por ejemplo, lograron aprobar un acuerdo para poner en marcha un millonario plan de recuperación tras la pandemia por coronavirus. Este acuerdo implicó que vientisiete países de la Unión Europea pudieran acordar consensos sobre temas estratégicos y la movilización de 750,000 millones de euros para la reconstrucción. ¿Fue fácil? Seguramente no. Este pacto supuso la articulación de intereses políticos, sociales y económicos en diferentes niveles.

Mientras tanto en El Salvador buena parte de la élite política aparece eternamente enfrentada. Parecería que lo rentable es reproducir la polarización como una herramienta para influir en la opinión pública. “Estás conmigo o estás contra mí” es una idea que reproduce una cultura política basada en la intolerancia. Una clara expresión de esa apuesta es la narrativa que reproducen algunos funcionarios del Ejecutivo. Sin tapujos apelan públicamente a ganar mayoría de diputados en la próxima Asamblea Legislativa para generarle “gobernabilidad” al presidente Nayib Bukele. Nada más antidemocrático y excluyente que la idea de alinear dos poderes del Estado bajo una misma “línea de mando”, en este caso de Bukele.

Cualquiera que sea la ruta de salida se requiere principalmente diálogo. ¿Es necesaria la gobernabilidad, como la capacidad de toma de decisiones vinculantes? Sí, pero no será una salida legítima sino se tiene como principio una profunda convicción democrática. Gobernabilidad sí, pero democrática también. Un plan de salida debe de partir del reconocimiento de todos los sectores que conforman la sociedad salvadoreña, el respeto a las instituciones democráticas, el reconocimiento de las garantías constitucionales; pero, sobre todo, de la construcción de consensos a partir de un diálogo que permitan una salida sostenible en el tiempo. Hay que hacer del conflicto una posibilidad de salida a la crisis que vive y que vivirá, en los próximos años, El Salvador.