Hace casi tres años que el entonces presidente estadounidense, Barack Obama, expresó que la situación de violencia y criminalidad en el Triángulo Norte de Centroamérica, tardaría en “estabilizarse” una década y agregó: la solución “no va a ocurrir de la noche a la mañana”.

Claro para que se solucione esa situación de violencia y criminalidad en esa década había que tomar decisiones y acciones, no esperar que solo pasara el tiempo. Lamentablemente el periodo Sánchez Cerén culminó siendo el del mayor número de homicidios desde los Acuerdos de Paz.

Estabilizar la violencia en la región ciertamente puede tomar una década, como dijo Obama, pero hay que tener claro que las consecuencias económicas y sociales de este fenómeno nos perseguirán por más décadas.

Hemos perdido una generación de niños y jóvenes del futuro por la migración y por la criminalidad. De ahí la necesidad de la inversión social para frenar lo atractivo que se vuelven para los niños y jóvenes más pobres, integrarse a las pandillas o a bandas criminales.

Es fundamental mejorar las escuelas y las clínicas, llevar servicios básicos de calidad a la población.

Es imposible que se prevenga la violencia sin que un niño o un adolescente pueda acudir a una escuela digna. O que en una comunidad se sienta identificación con los objetivos de un Gobierno si solo recibe agua potable una o dos horas al día, por la madrugada. Hay detalles pequeños que marcan grandes diferencias, como el alumbrado público. Eso puede ser la diferencia entre la vida y la muerte en una zona insegura.

Esto lo tiene que tener claro no solo el Ejecutivo -que ha solicitado aprobar un préstamo en ese sentido- sino también la oposición que no debería oponerse a esa inversión.