Por Carlos Cañas Dinarte / Colaborador DEM



Las celebraciones civiles y religiosas dedicadas al Salvador del Mundo superaron los convulsos tiempos de la Independencia, la anexión forzosa a México y las guerras federales. Pese al abandono de la ceremonia del Pendón Real, al fragor de las batallas o a la virulencia de las pestes de viruela o de cólera morbus, pocas veces fueron suspendidas en todo su esplendor y reducidas únicamente al desarrollo de la misa solemne del 6 de agosto.

Para esos momentos, dicha festividad anual, como bien lo reveló un diario gubernamental de la primera mitad del siglo XIX, “es única en su género: es religiosa, es cívica, es nacional y local a un mismo tiempo; pertenece a todas las clases y a todas las jerarquías: al sansalvadoreño y al vecino de San Miguel o de otra ciudad, al rico y al pobre, al comerciante y al hacendado, al militar y al paisano, al gremio de hombres de letras y al rudo jornalero [...] Marchan todos confundidos en amistosa fraternidad y sin más distinción ni procedencia que aquella que rigurosamente exigen la etiqueta, la urbanidad y el respeto debido a las personas constituidas en dignidad”.

Con gran algarabía y júbilo, desde 1843 y hasta ya entrado el siglo XX, el trabajo de arreglar y decorar el carro para la procesión del Salvador del Mundo le fue confiado a los hombres y mujeres del barrio capitalino de El Calvario. Desde 1791, la procesión es organizada por la Cofradía de San Salvador.

25 /10/ 1861
Gral. Gerardo Barrios
Firma decreto y las fiestas en honor al Divino Salvador del Mundo se mueven a diciembre

Pero un decreto ejecutivo del 25 de octubre de 1861, firmado por el general Gerardo Barrios, le dio un súbito giro a los principales festejos de la ciudad capital. Por medio de ese texto legal, el mandatario transfirió las fiestas agostinas para el 25 de diciembre, día de la Natividad, con el propósito de que esa ocasión fuera no solo el festejo titular de la ciudad de San Salvador, sino que fuera la última feria comercial y agropecuaria del país y la primera del año siguiente.

Para fijar la nueva fecha en el imaginario popular, Barrios y su gobierno ordenaron la creación de la efigie del Salvador del Mundo Niño, cuya única versión -con un adolescente de pie, radiante de su rostro- ahora se custodia en un templo de Apaneca, en el departamento de Ahuachapán.

Esa disposición gubernamental, de clara intervención del Estado en los asuntos de la Iglesia, solo tuvo vigencia hasta el 12 de abril de 1864, cuando el presidente Lic. Francisco Dueñas emitió otro decreto que devolvió las fiestas agostinas a sus fechas tradicionales.

Dotados aún de fervor religioso, los festejos agostinos anuales fueron adquiriendo un gradual tono mundano y comercial, debido a que las personas se preocupaban por estrenar ropas nuevas y los comerciantes y muchos funcionarios se motivaban a “hacer su agosto”, mediante jugosas ventas, que podían incluir descuentos o precios más voraces que en temporadas normales. Esa participación de funcionarios fue prohibida por el presidente y general Francisco Menéndez mediante un decreto ejecutivo, redactado y firmado el 9 de agosto de 1887.

Otras curiosidades de los festejos agostinos, aquí.