Entre tantas tragedias que vivimos en El Salvador en los últimos meses debido a la pandemia, en medio de las vacaciones agostinas una noticia internacional captó la atención de todo el mundo por sus extrañas características y las consecuencias que está trayendo para un país bastante lejano para nosotros.

La explosión en Beirut fue impresionante. Destruyó propiedades hasta 20 kilómetros a la redonda y se escucharon las explosiones a 200 kilómetros. Los vídeos que hemos visto son dramáticos pero apenas si ilustran el nivel de destrucción y dolor que provocaron. Edificios de apartamentos destrozados y se habla de hasta 300,000 personas sin hogar.

Pero hay otra cosa que han provocado esas explosiones. El despertar de un pueblo que está harto de sus políticos, de su gobierno, de una historia terrible de corrupción e ineptitud. A veces es necesario que los pueblos sean sacudidos por explosiones como estas para reaccionar y buscar el rescate del rumbo de su nación.

El problema es que las explosiones han revelado una colección de actos de negligencia y corrupción de años y que ahora explican cómo ocurrieron los hechos. Pero eso se ha extendido a todos los ámbitos de la vida nacional. Los pueblos se cansan y reaccionan. A veces de manera violenta, a veces de manera más cívica y demostrando su reprobación en las elecciones.

Los libaneses son un pueblo con altos niveles educativos, han sufrido mucho por guerras y el terrorismo de Hizbolá, una banda financiada por los iraníes. Pero parece que esta vez se han levantado de sus cenizas, están limpiando su ciudad con escobas y quieren limpiar su nación con voluntad de cambio. Esperemos que lo logren. Gran ejemplo, gran lección.