Había una vez en un pueblecito costero un alegre sastre que cosía cantando todos los días con la ventana abierta de su taller. Los habitantes de su pequeño pueblo se sentían alegres por oírle todos los días comenzar así de contento. Pensaban que era el trabajador más feliz del lugar por cantar todo el día, incluso cuando caía la nieve del más crudo invierno. En la parte alta del taller del alegre sastre vivía un rico banquero que estaba admirado de que con tanta miseria pudiera estar siempre tan contento cantando.

Un día el hombre rico decidió ir a su banco y sacar un buena cantidad de monedas que guardó en una bolsita de tela azul, luego se dirigió hacía su casa y antes de subir llamó a su vecino el sastrecillo y le preguntó:

- Sastrecito, sastrecito. Permítame una pregunta. ¿Gana usted suficiente dinero al año para vivir?

- Es tan poquito señor que ni lo cuento, la verdad. Pero el dinero que trae pan y permite vivir un nuevo día no se debe desagradecer nunca al Dios de los cielos. La humildad del sastre y su sonrisa tocó el corazón del banquero que lo condujo a entregarle la bolsa de tela azul diciéndole:

- Buen Sastre, tome de mi parte esta bolsa con cien mil monedas y guárdelo con cuidado y úselas para sus necesidades.

Nuestro sastre le dio las gracias creyéndose poseedor de repente de todas las riquezas del mundo. Guardó sigilosamente el oro debajo de un azulejo y desde ese momento decidió no trabajar mas. Al día siguiente ya nadie cantaba en el pueblo con alegría. Pero a partir de ese momento, no sólo el pueblo se volvió triste sino que el miedo del sastrecillo a que le robaran el dinero empezó a quitarle el sueño y perdió la tranquilidad porque pasaba el día inventando en qué gastar las monedas.

Las inquietudes y la incertidumbre se convirtieron en las fieles compañeras del pequeño sastre. Mucho antes de que terminaran los tres meses de descanso del sastre, éste acudió a casa del banquero y le dijo: Muy agradecido le devuelvo sus monedas, ya que deseo que la tranquilidad y la felicidad vuelvan a mi casa y si algo he aprendido es que las riquezas sin esfuerzo no dan la felicidad. Esta historia, guarda una relación estrecha con la sociedad del siglo XXI, donde se mide a un individuo por sus logros y éxitos materiales, y se excluye al pobre y miserable.

Algo así, tanto tienes tanto vales, como dice el adagio popular, sin embargo el Señor Jesucristo en el sermón de la montaña en Mateo 5:3 dice; Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Una definición de pobre de espíritu es alguien que está en la banca rota tanto en lo material y como en lo espiritual, en pocas palabras una persona que no tiene salida ante las diferente dificultades que le agobian en la vida, cuya única solución es entregar sus cargas y su vida ante nuestro glorioso Señor Jesucristo.

Entonces ahí recibirá la bienaventuranza, que significa tres veces dichoso, es decir dichoso en el cuerpo, en el espíritu y en el alma, cuando este ocurre la persona experimenta un estado de paz y tranquilidad, es como si los problemas se espumaran, aunque de cierto modo están ahí. No obstante cada dificultad que se experimenta se resuelve con el consejo y la dirección del Señor Jesucristo, este escenario se reforzó en Mateo 11:28-30. “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” de manera que en la vida no solo es dinero y éxito, existen cosas de mayor valor, como el amor de la familia, la integridad y la honradez, de tal forma que todo pan que se lleva a la mesa con esfuerzo y de manera honesta, tiene que tener como resultado gozo y tranquilidad, pero las cosas que se adquieren con facilidad, también se dilapidan con facilidad, por ello nuestra confianza siempre en Dios.