Huir de la pobreza, de la guerra, de la persecución política, de la violencia o de una situación de maltrato intrafamiliar insostenible es horrible, descorazonador, uno tiene que arrancar su arraigo por la fuerza sin saber si algún día podrá volver. Esas son las causas fundamentales de la migración, del exilio político o económico. En el caso salvadoreño todas las causas enumeradas cuentan, excepto la política.

Por eso ver a la gente irse siempre me ha dolido. A lo largo de mi vida he visto gente migrar o exiliarse por todas esas razones que he mencionado. Es un éxodo interminable de gente, de todos los niveles socioeconómicos y bajo infinidad de motivaciones. Algunos legalmente y una gran mayoría ilegalmente. El tiempo se ha encargado de acomodar sus cargas.

Pero lo triste es hoy la criminalización de la migración. El mundo desarrollado ve a los migrantes como amenaza, sin valorar que las condiciones de los países de los que huyen esos migrantes los expulsan porque no les prestaron atención antes. Pero no se trata de encontrar un ciclo interminable de culpables. Hay que hallar soluciones.

Yo ya no quiero que ocurran más historias como la del joven salvadoreño que se ahogó con su hija en el río Bravo o la chica que balearon policías mexicanos en Veracruz. Me duele que parece haber más indignación fuera de El Salvador que dentro del país en este caso. Pero la verdad es que cambiar esto eso solo se puede lograr con países que les den oportunidad a sus ciudadanos, que les ofrezcan empleos dignos, un entorno seguro y que se respeten sus libertades públicas y sus derechos humanos fundamentales. No se puede culpar solamente a Trump o a López Obrador por estas tragedias, es la deuda histórica de estos gobiernos que no han hecho lo suficiente para mejorar la vida de sus ciudadanos.