Ayer conmemoramos el Día Internacional de la Mujer, un día de reflexión y una oportunidad para rendirles homenaje y resaltar la grandeza y el enorme valor de este ser que es madre y padre, hermana, profesional, guía, esposa, amiga, pilar fundamental de la familia, motivo de admiración y respeto por sus sacrificios, su responsabilidad, su lucha inclaudicable y su abnegación.

Lamentablemente cada 8 de marzo también es un motivo para recordar las realidades adversas que las mujeres tienen que enfrentar y en nuestro país eso pasa por la trágica violencia que sufren, la discriminación laboral y otros males permanentes que la sociedad tiene el deber de corregir.

Como bien explicábamos en nuestra edición del fin de semana, las escalas de la violencia van desde las agresiones laborales, simbólicas, económicas, patrimonial, psicológica, física, sexual, y la más brutal, el feminicidio.

Como muestra de esta brutal realidad, el sábado pasado -en la víspera del Día de la Mujer- las autoridades habían descubierto el cuerpo sin vida de Leticia Campos, de 36 años, abandonado en una cuneta de la carretera de Santa Ana a Salvador. Leticia había desaparecido el jueves 5 de marzo, luego que no llegó a su vivienda en Ciudad Arce. Su cadáver desnudo estaba envuelto en sábanas y con laceraciones en el cuello, presuntamente estrangulada. La dimensión de la violencia contra las mujeres se personifica dolorosamente en el caso de Leticia. ¿Cuántas Leticias vemos a diario maltratadas y asesinadas? ¿Cuántas de ellas tienen justicia?

La sociedad y el Estado tienen enormes deudas hacia las mujeres: la igualdad de oportunidades, la educación, el acceso a la salud, el respeto a sus derechos más elementales, la protección ante cualquier tipo de agresiones.