Han pasado dos semanas desde que 200 tomos de periódicos almacenados en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional sufrieran daños considerables, debido a la inundación de las tuberías del sótano. La falta de limpieza de las alcantarillas y la pasividad de las autoridades del Ministerio de Cultura, alertadas desde hacía tiempo de las malas condiciones del edificio, fueron las causas de un daño que aún no se ha cuantificado económicamente, pero que tendrá un impacto directo en el acceso a datos que interesan tanto a estudiantes como a investigadores de la historia contemporánea.

Esta ha sido la historia de los libros en nuestro país: lo que no se ha dañado o perdido debido al descuido, el saqueo o la censura, lo ha sido debido a causas naturales cuyos efectos habría sido posible evitar, si se asumiera por parte de las autoridades de turno un compromiso real con la promoción de la cultura. Los libros son el soporte de ideas y un acopio portátil de información. Pese a las nuevas tecnologías que desde hace veinte años anuncia la extinción del libro, este sigue siendo el principal vehículo de cultura en casi todo el mundo y una alternativa efectiva para aquellas sociedades que, como la nuestra, carece de un acceso igualitario a otros medios virtuales de conocimiento, ya sea por falta de energía eléctrica, por los limitados recursos didácticos e incluso por la delincuencia que saquea escuelas en los municipios más alejados de la capital.

Este no es un problema solo del presente, en el pasado, los libros han sido vistos con recelo por autoridades eclesiásticas o con alarma por algunas autoridades militares. Recuerdo todavía al poeta Ricardo Bogrand contándome a su regreso del exilio en 1997 como las autoridades de aduanas le decomisaron –en los años anteriores al conflicto– sus libros impresos en la Unión Soviética que estudiaban glifos mayas de la región, los caracteres cirílicos en que estaban impresos dichos tomos resultaron sospechosos y subversivos para los censores de turno. Dos décadas después, su propietario seguía extrañando esos volúmenes y tratando de dar con su paradero.

Otra situación lamentable fue la de las constantes intervenciones militares al campus de la Universidad de El Salvador. Cientos si es que no miles de ejemplares de la biblioteca principal de esa casa de estudios terminaron siendo vendidos a particulares, especialmente de la rama del derecho y la medicina, o comercializados ilícitamente –pues se trataba de propiedad estatal– entre los comerciantes de libros del centro histórico. Así, todavía es posible encontrar en el Parque San José muchos ejemplares de las grandes obras griegas o de la ilustración, que cuentan entre sus páginas con el sello en tinta azul en el que claramente se lee “Biblioteca Central. Universidad de El Salvador”, unido al número de inventario respectivo.

Este saqueo también constituye una violación de derechos humanos, ya que el acceso, disfrute y promoción de la cultura está directamente relacionado con la calidad de vida de las personas, su sentido de la historia y la posibilidad de una mayor sensibilización humana a partir del libre intercambio de ideas, del debate y de la memoria. Algo que sin libros se vuelve casi imposible.

Pero el expolio no termina aquí, el terremoto de octubre de 1986 destruyó el edificio que desde hacía décadas albergaba la Biblioteca Nacional, poniendo en peligro acervos tan importantes como la “Colección Lambruschini” que incluye libros de autores del siglo XVIII y XIX. El mismo director de la Biblioteca ha contado cómo se lanzaban libros desde las plantas superiores del edificio en ruinas, para ser “rescatados” en camiones del ejército…Por cierto, esta institución también se ocupó de saquear bibliotecas particulares durante los años del conflicto, pues como lo mencione antes, además de saquear los fondos bibliográficos universitarios, era habitual durante los constantes cateos y requisas en casas de opositores o de sospechosos de serlo, decomisar aquellos libros que podían considerarse “propaganda subversiva” o que simplemente estaban empastados en color rojo. Con los años, todos estos volúmenes formaron una biblioteca reservada para los oficiales de la “Dirección Nacional de Inteligencia”, más conocida como “la DNI” y que fue eliminada por los Acuerdos de Paz. ¿Dónde están esos libros?

Lo ocurrido en la Biblioteca Nacional forma parte de los atentados contra la cultura nacional, ya sea por acción de unos o por omisión de otros. Las nuevas autoridades del Ejecutivo, que asumirán sus cargos a escasos metros de ese tesoro en peligro de extinción, tienen la oportunidad de proteger el mismo y con ello, el futuro de generaciones de lectores.