El astro argentino pelea junto al FC Barcelona el título de la liga española ante el Real Madrid


 

El 24 de junio es una fecha especial en Catalunya. Se celebra la festividad de San Juan y es la continuación a una noche de hogueras, petardos y fiestas populares que se multiplican por todo el país hasta bien entrada la madrugada.

En Barcelona también es un día señalado: es el cumpleaños de D10S. A menudo Lionel Messi sopla las velas durante una concentración con la selección argentina. Alguna que otra vez lo ha hecho disfrutando de sus vacaciones... Y en esta ocasión las 33 las sopla peleando por la Liga, la que sería su novena en 12 años, la 11ª de una carrera sin igual en la historia del futbol. ¿La conquistará el Barcelona? ¿La celebrará Messi? Es fácil de especular y difícil de adivinar.

Enfrascado en protestar los arbitrajes del Real Madrid, se aparca otro debate tan o más importante: ¿A qué juega el equipo de Setién? La supuesta revolución que debía provocar el cambio de entrenador ha acabado por no existir y el juego del todavía campeón es tan o más anodino que en los meses previos al despido de Ernesto Valverde.

El Barça sigue tan pendiente de la genialidad de su capitán en el césped que el método ha quedado enterrado. Ni delantero ni centrocampista, Leo debe multiplicarse para desatascar a un equipo en el que crece la melancolía del pasado sin dar un paso al futuro. Frenkie de Jong no ha explotado en la plenitud que se le suponía, la imagen de Antoine Griezmann, incansable en su trabajo, recuerda la triste figura de Kodro y contemplar que la referencia la forman tres jugadores (Piqué-Busquets-Messi) con doce años de experiencia a sus espaldas da muestras de un triste fracaso.

Lionel Messi es al fútbol lo que Michael Jordan a la NBA. Antes existieron Pelé, Cruyff o Maradona como lo hicieron Chamberlain, Magic Johnson, Bird o Kareem Abdul Jabbar. Pero si Air Jordan fue el personaje que llevó la NBA a una nueva dimensión, la trascendencia del argentino se entiende ya por encima de cualquier discusión. Catapultado a la eternidad, coleccionista de títulos y jugador eterno, celebrar 33 años en plenitud es el mejor argumento de la magia que rodea su carrera.

Los cumple entrando en los últimos 12 meses de contrato y a la espera de discutir una nueva renovación con el Barcelona. No se duda del compromiso de Messi y no se duda, tampoco, de que el club hará todo lo posible, y lo imposible si fuera necesario, para alargar al máximo la permanencia de su estrella en la plantilla.

Josep Maria Bartomeu, cuyo mandato acaba en 2021, no se puede arriesgar a pasar a la historia como el presidente que no supo firmar el que quizá sea último contrato del crack y ese es un asunto primordial en Barcelona, donde la figura icónica de Messi rivaliza con la mismísima Sagrada Familia.

Messi cumple los 33 convertido en un coleccionista de títulos, en un acaparador de récords y en una figura eterna en el Barça, en el fútbol español y en el mundial. Llegó siendo un niño y encajó como un guante en un club que bajo su embrujo futbolístico se convirtió en referente mundial.

 

NECESIDAD

Pero Leo necesita, empieza a sospecharse, más que nunca una comodidad y acompañamiento en el césped que no se contempla desde hace meses. Inicio y final del fútbol azulgrana se entiende la peor noticia que todo dependa de él a estas alturas de su carrera.

Protagonista directo de 45 goles (26 anotaciones y 19 asistencias) de los 89 que ha marcado el Barça este curso, la dependencia del equipo se hace tan insoportable como imprescindible es abrazar nuevas piezas, frescas, a su alrededor. Envejecido y en opinión generalizada más cercano al final de una era, el entorno del Barcelona saluda con más ilusión la irrupción de Riqui Puig o Ansu Fati que los posibles fichajes de Lautaro Martinez, Miralem Pjanic o el más improbable aún de Neymar.

Messi cumple 33 años en la frontera definitiva. Manteniendo firme su compromiso con el Barça, el fútbol de Leo exige al club una agitación que va mucho más allá de fichajes rutilantes que acaban sumándose a una plantilla acomodada, con más pasado que futuro y necesitada de un golpe de mano.