Nuestro presidente Bukele, al final no dio la bendición para que El Salvador comenzara esta semana la fase 2 del plan de reactivación de la economía en el país. Aduciendo que esta acción producirá un descontrol de la epidemia con un aumento desmesurado de casos, muertes y colapso del sistema hospitalario, parte del gobierno y sectores de la población, argumentan que el país no está listo para este adelanto del plan. Indudablemente existe el riesgo. Pero por el otro lado también existe el riesgo de una depresión tan severa de la economía del país, que un retorno de esta en un futuro cercano se vuelve incierto. Y no hay que olvidar que la salud está influenciada por los determinantes sociales, de los cuales la economía es un componente importante.

No hay salud sin economía, ni economía sin salud. Ciertamente, sin importar que se haga, la economía nacional y global está recibiendo un fuerte golpe por esta pandemia. Pero también es cierto, que la capacidad de adaptación a la convivencia con el virus del país será un determinante de cuan afectada será esta. La incertidumbre de impacto en el comportamiento de la epidemia no debe de paralizarnos, ni obnubilar las diferentes alternativas de contención. Existen, intervenciones de contención que van más allá del confinamiento general. ¿Pero cómo se comporta la epidemia en el país al momento?

El Salvador reporta 11,846 casos hasta el 19 de julio, con 4,806 casos activos. Esto significa una tasa de 74.1 casos activos por 100,000 habitantes. El país tiene una cantidad de casos 37 veces mayor que la tasa recomendada por la Organización Mundial de la Salud (2 casos por 100,000 habitantes) para comenzar el proceso de reapertura. El promedio semanal de casos y fallecimientos (ver figura) se ha incrementado de 129 casos promedio y 3 muertes promedio por día durante la semana del 15-21 de junio a 310 casos promedio y 10.7 muertes por día en la semana del 13 al 19 de julio. Esto significa un aumento del 240 % y 357 % respectivamente en un periodo de aproximadamente un mes. La tasa de letalidad por COVID-19 al domingo recién pasado se encuentra en 2.82 %, lo cual en mi opinión técnica y personal me dice que el sistema de salud, aunque presionado, está respondiendo adecuadamente, todavía. En general, la circulación viral esta, como en toda Centroamérica, en estado de aceleración. Otros aspectos epidemiológicos importantes de tomar en cuenta son por ejemplo que el 53 % de los casos, según reportes del MINSAL, afectan a personas mayores de 40 años, la mayoría del sexo masculino. Siete de cada 10 casos se concentran en cuatro departamentos de nuestro país: San Salvador, La Libertad, San Miguel, y Santa Ana. La mayoría de los casos, en estos departamentos, se concentran en una minoría de municipios. Por ejemplo, en el departamento de San Salvador, 8 de cada 10 casos se concentran en un tercio de los municipios (6 municipios de 19).

Pero, y entonces, ¿estamos listos para entrar en la segunda fase?

Evidentemente, al analizar el estado de la epidemia en nuestro país, dar ese paso conlleva un riesgo bastante alto. Especialmente, si nos aventuramos sin asegurar que medidas como el uso obligatorio de la mascarilla cuando fuera de casa, el distanciamiento físico, evitar aglomeraciones de personas en espacios cerrados, lavado de manos, mantención de la burbuja familiar, hayan sido aceptadas por la población; y que la concentración de las medidas de contención de salud pública como identificación temprana de casos, rastreo y cuarentena de contactos en aquellos municipios donde se concentran los casos en los 4 departamentos mencionados, se estén implementando a toda marcha.

Nos encontramos ante una guerra con un enemigo común que amenaza nuestra misma existencia como país. Una amenaza donde la más importante arma para defendernos es la misma gente, su conocimiento de las medidas de protección y comportamiento individual y colectivo. Si queremos verdaderamente proteger a nuestra gente y su economía tenemos que trabajar juntos todos, pueblo, personal de salud y líderes políticos. Y recordemos, nuestra debilidad y vulnerabilidad ante el virus está determinada por nuestra falta de unión, y la politización de la salud pública.