Un buen amigo peruano, adicto a El Salvador desde el fin de la guerra en 1992, me contestó un mensaje donde le incluía un PDF que ya anda circulando de la más reciente novela de Sergio Ramírez (‘Tongolele no sabía bailar’): ¡En lo que terminó la revolución sandinista!

En esa expresión está condensada la situación nicaragüense y su deriva autoritaria actual, de la mano (¿o del garrote?) de Daniel Ortega, quien un día fue una de las figuras principales del sandinismo.

La descomposición política que vive Nicaragua, y que en abril de 2018 alcanzó su punto de inflexión, es una muestra prístina de lo que la desorientación y la ambición son capaces de hacer en un país.

Tres escritores relevantes de Nicaragua (Ernesto Cardenal, Gioconda Belli y Sergio Ramírez), desde hace años, manifestaron su desacuerdo con ese rumbo errático e inviable que desde 2007 Nicaragua adoptó, con el retorno de Ortega a la presidencia de Nicaragua.

Ernesto Cardenal, quien falleciera el 1 de marzo de 2020, a los 95 años de edad, fue el primero en ser acosado y fastidiado por el régimen nicaragüense. Para abril de 2018, Ernesto Cardenal tuvo la lucidez de alzar su voz y mostrar su rechazo absoluto a la masacre de centenares de nicaragüenses abatidos por la Policía y los paramilitares.

Gioconda Belli, quien se encuentra fuera de Nicaragua, no ha cesado ni un segundo de mantener altiva su voz de mujer libre.

Ahora ha tocado el turno del artero ataque a Sergio Ramírez. Sergio Ramírez, en 1978, junto al llamado Grupo de Los Doce, en el marco de la efervescencia insurreccional y la resistencia popular, regresó a Nicaragua a aportar al derrocamiento de Somoza. Fueron recibidos por la multitud anhelante. Somoza y sus cancerberos los vigilaron todo el tiempo, pero no los tocaron, ni a él ni a ninguno del grupo. La acción audaz de ingresar al corazón de la confrontación político-militar contribuyó, junto a otros empeños, a abrir el campo de lucha y a convocar a la acción cívica a los nicaragüenses.

Para abril de 2018, Sergio se encontraba a la víspera de recibir el Premio Cervantes 2017, y desde esa tribuna volvió a señalar el atropello del régimen.

Entonces regresó a Nicaragua y desde allí ha estado marcando, en sus escritos de opinión, en sus conferencias, en sus entrevistas y en su producción literaria el derrotero actual de Nicaragua.

No había señales claras de que procederían contra él, pero en eso, al asomarse la perspectiva del complicado proceso electoral, pues comenzaron las capturas arbitrarias contra cualquier símbolo posible de oposición o de resistencia, pues la pita política se había acabado. Fue citado, en calidad de testigo por la Fiscalía, en un amañado caso. Y a partir de ahí estaba claro que, ese hombre de 79 años de edad, que es uno de los escritores más importantes de Centroamérica, estaba en la mirilla de la represión. Y hubo de salir del país.

En hechos que solo en la ficción parecieran discurrir, el aparecimiento de su más reciente novela, ‘Tongolele no sabía bailar’, donde la referencia a los acontecimientos de abril de 2018 es notoria, ha sido un buen pretexto (nunca declarado por el régimen nicaragüense) para ordenar la persecución de Sergio Ramírez.

Sin embargo, también es un buen momento para reflexionar sobre la literatura, la política y el silencio. Sin duda que la novela ‘Tongolele no sabía bailar’ carece de toda efectividad política. El problema no es la novela. El asunto es la actitud enhiesta del escritor que no se calla, que no se callará jamás frente a la ignominia que padece Nicaragua. Y esto vale para cualquier lugar del planeta, y El Salvador, para no ir más lejos.

No importa las circunstancias que se vivan ni la edad del escritor o la escritora, si en su tiempo, si en su tierra, si en su zona, si en su ciudad la injusticia y el atropello se hacen presentes y se pavonean con su poderío, si se trata de creadores auténticos, pues siempre saltarán al descampado a decir su voz serena, pero quemante como el fuego, para acuerpar a su gente mancillada.

Y nada mejor para cerrar que un hermosos versos de Gioconda Belli, de su reciente libro ‘El pez rojo que nada en el pecho’ (2020): ‘Pero de súbito los muertos resucitan llorando / y no puedo acallar sus quejas, sus reclamos. / ¿Tanta vida perdimos para esto?’