El fin de semana se celebró el día dedicado a los maestros, esos seres especiales que nos acompañan por nuestra niñez, adolescencia y juventud para formarnos, con mucho sacrificio y abnegación.

Es preciso decir que los buenos maestros y la educación de calidad, son elementos fundamentales para que un país mejore, se desarrolle, tenga ciudanos virtuosos.

Los buenos maestros son seres abnegados, ejemplares, que sacrifican hasta su vida familiar por sus alumnos, se desvelan planificando sus clases, corrigiendo exámenes. Su dedicación y preocupación por sus estudiantes es permanente y a menudo tienen que soportar hasta los desplantes de niños y adolescentes y en estos duros tiempos de violencia, el acoso, la extorsión y las interminables amenazas de las pandillas. Muchos hasta han dejado sus vidas por proteger a sus estudiantes o por cumplir su deber en el aula.

Como todos los que pasamos por las aulas, tuvimos buenos e inol­vidables profesores que marcaron positivamente la vida. Pero también algunos que dejaban mucho qué desear, que no preparaban sus clases o que simplemente no estaban aptos para la materia que impartían. Sucede en la más humilde escuela pública y en la mejor de las escuelas privadas.

Hay que reconocer su valor, su trabajo, sus desvelos, sus atenciones. Son a esos maestros que sus alumnos admiran y respetan y es un sentimiento que dura toda la vida. Personalmente recuerdo de manera entrañable a muchos de mis profesores y profesoras, agradezco siempre el tiempo que me dedicaron y lo que aprendí de ellos.

Hoy que veo a mis hijos expresarse con admiración de un profesor o profesora determinados, me doy cuenta que han sabido valorar su trabajo, en medio de la inmadurez e inquietudes propias de su edad. Espero que les hayan celebrado su día como lo merecen.