Dos cosas me aterran en esta vida, los hospitales y el insomnio. Hoy, hace un año, me encontraba en sala de operaciones del hospital de la Universidad de San Francisco, en California. Mi médico, un cirujano alemán, me había abierto el pecho, parado mi corazón, para reemplazarme la válvula aórtica. Una operación tan traumática que me mantuvo cuatro noches y más sin poder dormir. Mis dos terrores, se juntaban en una misma semana, para recordarme lo bello que es estar saludable. No le temo a la muerte, pero sí como llegar a ella.

En estos días, debido a mi profesión, me encuentro analizando y rastreando al bendito bicho que aterroriza a los habitantes del planeta, el regalo del año nuevo: SARS-CoV-2, un virus de murciélagos, que se le antojó infectar a los humanos. Este bendito bicho ha infectado en poco más de dos meses, a más de 100 mil individuos en 98 países de todos los continentes, con excepción de la Antártica. Causando la muerte a más de 3,500 personas, individuos en su gran mayoría mayores de 60 años y con enfermedades subyacentes, principalmente cardiovasculares. O sea, que este virus súbdito de Drácula, la ha agarrado con los viejos, o como se llaman ahora, personas de la tercera edad. Pues nada, que, entre esos personajes de la tercera edad, me encuentro yo.

¿Pero en verdad este bicho desgraciado es tan peligroso? Al momento lo que sabemos es lo siguiente: es un coronavirus, primo hermano del virus que causó la epidemia del SARS, que empezó en 2003 cuando el virus se propagó de pequeños mamíferos a personas en China.

Este brote alcanzó rápidamente proporciones globales, pero se contuvo en 2003. No se han reportado nuevos casos de SARS desde 2004. Este nuevo virus se transmite por gotas de saliva (de tos o estornudo) o por el contacto con objetos o materiales contaminados. Por suerte no es aerotransportado como el virus de la influenza. O sea, hay que estar cerca, a menos de dos metros, de una persona infectada para que nos transmitan la infección, o al tocarnos la boca, ojos o nariz, después de haber tocado algún material infectado por el enfermo. Por ello, es tan importante el lavado de manos frecuente. Y por ello también, las mascarillas no sirven de nada para protegernos. Estas solo le sirven, al enfermo, para evitar que las gotas de saliva expulsadas al toser o estornudar, salgan a infectar a medio mundo; o, a los trabajadores de salud o cuidadores del enfermo. Por eso estamos viendo que la transmisión del virus se da en familias, lugares donde hay mucha gente, como velorios, entierros, hospitales y otros por el estilo.

Los síntomas se tardan en promedio de cinco a seis días en aparecer, con rangos entre dos a 14 días. En promedio, una persona enferma infecta dos más, aunque el índice de ataque en menores de 18 años, por alguna razón es muy bajo. De todos los que adquieren la enfermedad, ocho de cada 10, padecen una enfermedad leve, que no amerita ir al hospital o la clínica. Estas personas, si son menores de 50 y sin ninguna enfermedad como hipertensión o diabetes o alguna enfermedad crónica, es mejor que se queden encerradas en su casa. Llamen por teléfono a su doctor o centro de salud para avisar que tienen fiebre, tos seca, y dolor de cuerpo. Estos son los síntomas mas frecuentes de esta enfermedad.

El resto de infectados, o sea, dos de cada 10, van a tener síntomas graves, como sensación de dificultad para respirar. Estos son los que necesitan llamar al 911 o al 132 para que los transporten al hospital. De estas personas con síntomas graves, y que tengan más de 65 años, y con enfermedades crónicas, algunos morirán. O sea, que, si comparamos a este nuevo virus con el virus que nos acompaña cada año, y que nos produce la mentada gripe, vemos que es un virus que se transmite con relativa menor frecuencia que la gripe, que causa más o menos los mismos síntomas, y que produce la muerte a un numero relativamente mayor de personas, pero, así como la misma gripe o influenza tiene predilección por los viejos. Pues nada, que, pensándolo bien, como soy un viejo que le tiene pavor a los hospitales y al insomnio, pues que me quedo guardado en mi casa, lavándome las manos a cada rato, y sin darle la mano a nadie. Pues no quiero que los demonios del COVID-19 se me acerquen.