Resulta controversial discutir sobre el concepto de la decencia y lo que supone ser una persona “decente”, en tanto que usualmente se ha asociado la condición con el cumplimiento de parámetros socialmente admitidos y en cuanto dichos parámetros, no necesariamente representan a las diversas formas de comportamiento de los diferentes grupos sociales. Así, la decencia será una característica atribuible a un sujeto en referencia, a un conjunto de valores que dentro de su comunidad sean admitidos como positivos. Más allá de todas las posibilidades con las que se puede interpelar el uso del término decencia –por su profunda carga normativa-, podemos empezar aceptando que se es decente cuando, al menos, se actúa conforme a lo que se expresa. Es decir, lo que una persona afirma es también lo que se puede evidenciar en su práctica. De esta manera, podríamos decir que la decencia tiene mucho de honestidad.

Si nos remitimos al terreno de la política, la discusión ética es demasiado leve cuando hay, y prácticamente inexistente en la mayor parte del tiempo. Son muy pocas las ocasiones en las que se discuten los límites éticos de la práctica política. Un reconocido articulista describe la política así: “Se entiende a la política como una especie de partido de barrio donde todos juegan, todos tapan y donde la viveza es parte del juego”. Aunque, para desilusión de muchos, no es el alma tercermundista la que suprime la ética de la práctica política; ya en la Europa del Siglo XVIII, Carl von Clasusewitz señalaba: “La guerra no es simplemente un acto político, sino un verdadero instrumento político, una continuación de las relaciones políticas, una gestión de las mismas con otros medios” (…) “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.

Independientemente del punto de partida filosófico-ideológico, quien incursiona en la política debe responderse a sí mismo ¿El fin justifica los medios, sobornar, robar, difamar…? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar para cumplir con sus objetivos, a traicionar, pactar con agrupaciones criminales? ¿Qué está dispuesto a hacer por obtener el poder, corromper, cometer fraude electoral? Adviértase aquí, que cada interrogante merece una respuesta negativa. ¿Alcanzar metas “a cualquier costo social”? La respuesta es un rotundo NO.

Incursionar en política no solo refiere a la participación dentro de la política formal electoral, o militar en un partido político; así como tampoco, quienes detentan el poder son quienes enfrentan dilemas morales respecto a mantenerlo. Recordemos el pensamiento de Gilbert Chesterton: “Para corromper a un individuo basta con enseñarle a llamar <> a sus anhelos personales y <> a los derechos de los demás”. Toda persona que participa de la discusión de res/pública -cosa pública- debe hacerlo con una postura y con una intención; quienes enfrentan al poder, también deben cuestionarse los alcances y límites éticos de sus prácticas en procura del bienestar de los pueblos.

Darío Acevedo Carmona, afirma que “la decencia, es la voz derivada del latín decentia que alude al recato, las buenas maneras, la compostura y la honestidad de los individuos. Lo que se desprende de la semántica de esta importante virtud es que, quienes son indecentes, en muchos casos que hemos visto y seguimos viendo, pueden recibir la sanción de la comunidad, el rechazo, la mala fama y hasta la cárcel. Quienes se destacan en su comportamiento, en cambio, serán reconocidos y admirados”. Uno espera que un dirigente político, un gobernante, magistrado, ministro, diputado o alcalde, se comporte ejemplarmente, pero, no todo el que es decente, o correcto, o no corrupto, puede aspirar, por esa sola condición, a ocupar tales responsabilidades.

A la política deben llegar personas ya formadas en valores cívicos y morales, pero, dependiendo del cargo y de las funciones a desempeñar, no basta llenar esa condición, tienen el deber de mostrar preparación. Una persona puede ser decente, pero asimismo necesita poseer conocimientos para un determinado cargo, ya sea sobre hacienda pública, políticas de desarrollo municipal, relaciones internacionales, educación, empleo, seguridad, salud, economía, etc. Alegar que eres decente, honrado, puro, limpio, correcto, puede ser útil si estás discutiendo con San Pedro, para que te deje entrar al cielo. Todo eso y poseer conocimientos pertinentes, da para entrar en las lides políticas.