Las revelaciones sobre los sobornos de capos del narcotráfico al presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, muestran cómo el crimen organizado transnacional es capaz de infiltrarse en las altas esferas de gobiernos centroamericanos usualmente muy débiles en institucionalidad.

Los rumores sobre el mandatario hondureño llevan años y han terminado con el arresto de su hermano por narcotráfico. El juicio contra Tony Hernández inició el miércoles en Nueva York y el fiscal que lo acusa reveló que entre los capos que le entregaron dinero para su hermano, el presidente, está el propio Joaquín “El Chapo” Guzmán. Vaya nivel.

En el caso hondureño, como ha sido también el guatemalteco, los narcos han entrado a través del financiamiento de las campañas electorales, de ahí la necesidad urgente de transparentar las finanzas de esas campañas. El “pecado original” empezó por ahí y luego estas bandas se infiltraron hasta en el comedor familiar de Hernández quien ahora se apresura a desmentir todo a pesar de la abrumadora evidencia en la corte neoyorquina.

El narcotráfico, el crimen organizado transnacional, las pandillas, son verdaderas amenazas a la democracia, a la institucionalidad y hasta para las elecciones libres. El caso hondureño es un ejemplo extremo de lo que debemos evitar en El Salvador.