Flor Maria Garcia Valle está desaparecida desde el 16 de marzo. La joven desapareció cuando iba con rumbo a San Salvador, a comprar insumos odontológicos para la clínica de su esposo, en Cojutepeque, Cuscatlán y desde entonces la familia vive entre la angustia y la ansiedad de saber de ella.

Tiene dos hijos, uno de 3 y otro 5 años, que hacen preguntas sobre su madre. A diario sabemos de personsa desaparecidas. Lamentablemente para muchas familias hay un sentido de resignación, de impotencia, de saber que no hay nada que puedan hacer. La gran diferencia con Flor es que su familia y sus amigos son persistentes. El caso me ha impresionado. Tienen una cuenta en redes sociales donde publican fotos de la joven, un rostro limpio, fresco, una muchacha atractiva, sonriente que siempre parece mirar en paz.

Saber desaparecido a un ser querido es horrible. Conozco amigos que tienen familiares desaparecidos desde los años 80. Aún hoy sufren su ausencia y al menos tienen la esperanza de que un día se sepa donde quedaron sus restos. Como los parientes y amigos de Flor, jamás han renunciado a buscarlos. Y creo que yo tampoco renunciaría a buscarlos. Sabemos que en este país, históricamente, la vida no vale nada. Cualquier desgraciado te mata porque se cree dueño de la cuadra donde vive o porque cree que él es más poderoso que uno por tener una arma.

La familia de Flor merece respuestas, como lo merecen todas las familias de desaparecidos. Merecen una investigación seria y profunda de las autoridades, sin eufemismos, ni ambigüedades. Los niños de Flor aún la esperan, la están esperando.