Esta medianoche se acaba el calendario y con él llega el momento de hacer evaluaciones del pasado reciente y sobresalen los propósitos del año venidero. Ha sido un año muy duro, muy difícil, muy complejo y sus efectos nos alcanzarán el nuevo año y quizás los años venideros.

La pandemia y sus consecuencias de crisis económica, inestabilidad política y social, seguirán sintiéndose profundamente en la realidad nacional. Y para colmo, viene un año de elecciones legislativas y municipales, esos ciclos interminables que tiene El Salvador.

No hay receta ni fórmula perfecta para superar esta crisis pero hay caminos sensatos hacia mejorar la realidad. El Gobierno tiene que inyectar certidumbre y estabilidad política y económica para poder atraer la tan deseada inversión que mejore la situación económica y fiscal, que genere empleos que eviten el agravamiento de los problemas sociales y de violencia, así como la migración irregular.

Es vital reducir el nivel de confrontación política y con los empresarios privados y sus gremiales. Por el contrario, los puentes de entendimiento son esenciales para crear un clima de negocios positivo para los empresarios locales y que los inversionistas extranjeros que vean en El Salvador un destino seguro e ideal para sus negocios.

Los propósitos de año nuevo deberían hacernos coincidir a todos los salvadoreños sobre cómo mejorar el país que tenemos. En eso hay consenso. Lo que tenemos que buscar cómo ponernos de acuerdo es la metodología para lograr superar nuestros graves e históricos problemas. Se necesita mucha sensatez y sentido común, entender que la democracia, por imperfecta que sea, es el mejor de los sistemas y eso implica el respeto a las ideas y pensamientos de los demás. Que el año nuevo nos traiga paz y prosperidad.