Pareciera que volar aviones pequeños o avionetas se ha vuelto una práctica de alto riesgo, tanto para civiles como para militares. ¿Qué está sucediendo ahí para que los accidentes sean tan frecuentes? El lamentable episodio de ayer genera muchas dudas.

Tres aviones militares se han accidentado en el último semestre. Un avión A37 tuvo un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Comalapa, en agosto pasado. Lo atribuyeron a una falla hidráulica y los bomberos lograron rescatar al piloto ileso. Esos aviones A37 fueron los que compró el gobierno de Funes a Chile en 2013, lo que generó muchas dudas sobre su antigüedad, pero aquí los vendieron como “modernización”.

Luego en octubre, otro avión militar, un C47T se salió de la pista mientras despegaba. Los militares anunciaron que harían una investigación que cuatro meses después desconocemos los resultados.

Y la tragedia de ayer fue con un avión Pillan T-35, de fabricación chilena, en la que fallecieron sus dos tripulantes militares. Ya en 2015, otro avión similiar se había estrellado con el mismo saldo fatal.

¿Qué está pasando con las aeronaves de la Fuerza Aérea? ¿No les están dando el mantenimiento adecuado? ¿Los aviones son demasiado viejos? Son algunas de las dudas que generan estos accidentes recurrentes.

Tampoco hay que olvidar los accidentes frecuentes de avionetas civiles, especialmente las que pertenecen a escuelas de aviación, igualmente cuestionables por su mantenimiento e incluso por su capacidad para manejar emergencias.

Las autoridades civiles y militares deben investigar y dar explicaciones de la creciente frecuencia de accidentes aéreos de estas aeronaves y señalar claras responsabilidades para que volar deje de ser una profesión de alto riesgo en el país.