En medio de fanáticos llamados a continuar con “la insurrección”, los incidentes ocurridos el 09/2 no pueden ser asumidos como potencial capital de beneficio electoral para ningún partido. Lo sucedido ha sido grave. Pretender minimizarlo es más grave aún y todavía tendría mayor gravedad buscar provecho de ello.

Para todos los partidos políticos debe recordarse que el resultado de las últimas elecciones se produjo a partir del hartazgo del ciudadano del día a día que expresó con su voto que nuevamente sus gobernantes le habían defraudado. Repetir expresiones de soberbia en el ejercicio de gobernar solo conducirá a un nuevo hartazgo y decepción, pero durante ese camino puede haber altos costos, algunos incluso irreparables.

Sin ver la viga en el ojo propio, la Presidencia cuestiona las fallas de un sistema que efectivamente deben corregirse, pero que mal o bien sostienen la básica institucionalidad democrática actual. Pasa por alto, sin embargo, que su gane electoral nació de ese mismo sistema y su alta aceptación en las encuestas se alimenta de los errores cometidos por quienes antes detentaron el poder Ejecutivo y de los cuales no parece aprender, sino más bien emular. Haber ganado las últimas elecciones con un 51 %, más que un triunfo debe ser asumido como una responsabilidad, sin pasar por alto que más del 48 % de salvadoreños aptos para votar simplemente no salieron a hacerlo.

El techo de vidrio es visible pese a las cortinas de humo que pretenden cubrirlo. Es ineludible en la agenda abordar tarde o temprano el señalamiento contra actuales funcionarios públicos de pactar votos con estructuras del crimen organizado, así como negociaciones a través de gestiones gubernamentales en favor de intereses de empresas familiares.

Debe rectificarse el uso de coacción militar y azuzamiento de adeptos para imponerse políticamente, pero los partidos de oposición política no pueden desentenderse en la responsabilidad de lo ocurrido y también deben rectificar de intenciones de revancha.

El conflicto aún no ha concluido y cada quien tiene un importante rol que cumplir para que no escale a nuevos escenarios violentos. Es la clase política la que sigue cuestionada y en la lupa.

La práctica de encasillar y atacar como enemigo a cualquier voz de disenso estanca entendimientos y nos aleja de avances sustantivos y necesarios. Trabajemos por el diálogo, seamos puentes para encontrar consensos y respuestas viables. Pensemos como nación.