Pocas veces Hollywood nos regala en simultáneo películas con temas similares aunque sean para públicos diferentes. No me refiero a cuando la fábrica de oropel estrena casi en una misma semana dos cintas parecidas. “El Pico de Dante” vs “Volcán”, “Antz” vs “Bichos”, “Impacto Profundo” vs “Armagedón.” No. Esos son los sempiternos espías en cualquier Tilsentown. Hablo de dos filmes con temas humanos que por estos días abarrotan nuestras pantallas de cine. Uno desde la perspectiva de un juguete. El otro desde una telaraña. Etiquetas y convencionalismos sociales como moldeadores del espíritu humano. Separación. Dejar ir con amor. Soltar el dolor de madurar. Reencuentros. El valor de conocer nuestros talentos; nuestra verdadera médula. Aceptarla. Abrazarla. Amarla. Con sus demonios y responsabilidades. Todo eso vi, sentí; medité (…sí, ‘mocosié’) sentado frente a “Toy Story 4” y “Hombre Araña: Lejos de casa.” ¿Increíble, no? Esa es la magia del cine y su poder de comunicación hasta en la vacua diversión cuando al menos existe voluntad de crear algo más allá que una plantilla de franquicias y fórmulas de eternos éxitos.

Woody (Tom Hanks), Buzz (Tim Allen) junto a algunos de sus amigos compañeros juguetes van lejos de casa. Más que nunca. Más que Peter Parker (Tom Holland) y sus compañeros de clase que solo llegan a Europa, a tres de sus ciudades más bellas; Venecia, Praga, Londres. Woody llega hasta los confines de las luces de la feria de diversiones de un parque de remolques. Ambos enfrentarán enemigos virtuales. Proyecciones; mentales y tecnológicas. Mundos imaginados. Por uno; por otros. Para su beneficio. Aferrándose a sus angustias, igual, destructivas. Y sobre todo eso, cada uno deberá, enfrentarse a su propio amor contrariado.

Metacine. “Hombre Araña: Lejos de casa” al igual que Peter Parker busca apartarse de la sombra de Los Avengers. Woody de la suya propia; esa honorabilidad y lealtad que conlleva la responsabilidad de ser juguete de Andy aunque renuncie a su destino que no es más que convertirse en un niño de verdad, aunque la adultez a eso le llame juguete. Olvidar nuestra infancia para producir, producir, producir. ¿Lo logran?

En ambas películas hay un mismo ‘leitmotif’ o hilo conductor recurrente. Voz interior. El sentido arácnido. Buzz Lightyear aún no descubre la suya. Tampoco Peter. El hombre perdido en el espacio comienza por seguir lo que le dice su programada caja interna de resonancia. Pregrabada. Peter debe dejar de leer lo escrito en las paredes y no convertirse en Iron Man como clama la humanidad sino en el hombre que preservará su legado para la posteridad. A la Marvel por supuesto. Por otro lado, “Toy Story 4” es técnicamente impecable; comparemos con la original del 2000. Un universo de diferencia. Ahora hay juguetes que atreviéronse a dejar la acartonada casa de Andy para aprender a bregar en el mundo real. Bajo nuevas luces. La angustia del rito de paso a la adultez. “Hombre Araña: Lejos de casa” es técnicamente el mismo universo del que ya llevamos poco más de veinte y sumando, filmes. Derivativo pero con alma de ese adolescente honesto y de hormonas que un día fuimos. La voz interior, nuestra propia resonancia, por fin nos habla:

- Quitémonos cualquier mote, amigo fiel. Hasta el de ser solo una cuchara sacada de la basura cuando el amor de un niño nos ha convertido en juguete, ‘hippie’ o ‘late baby boomer’.

Todos deberíamos al menos una vez en esta vida, tener el coraje que nos mostró un juguete que se encontró a sí mismo y un superhéroe de barrio que por fin aceptó quien es, para hacer un fantástico viaje a lo más profundo de nuestra Tierra. Tener el valor de descubrir cada veta en nosotros y extraerlas con voluntad férrea. Hasta el cansancio. Dejando en lo más oscuro de esa caverna como óbolo, lágrimas, piel, uñas, dolor y demonios. Lo vale, pues al final tendríamos en nuestras manos una multiplicidad de metales preciosos que para ese momento, ya sabríamos qué hacer con ellos. Eso Woody y Espáyderman, eso es lo que podemos llamar, hogar.