Hace varios periodos legislativos, un diputado le levantaba la mano a otro que se negaba a hacerlo y así se completaron los votos para aprobar una ley clave para aquel momento. El diputado salió corriendo del Salón Azul sin dar explicaciones a los periodistas. Por cierto, luego de esa legislatura, nunca volvió al hemiciclo parlamentario y su nombre quedó en el olvido colectivo.

Les cuento esa anécdota para ilustrar el tipo de diputados que ha pasado por la Asamblea. La falta de criterio, la obediencia ciega a la “línea” del partido o del gobierno de turno, ha sido la constante. Es muy raro un legislador que haga la diferencia como uno ve en el congreso o el Senado estadounidense o en otros parlamentos del mundo donde el diputado responde a sus electores y no al jefe de fracción o al secretario general del partido.

Algunos incluso votan en contra de su conciencia por los compromisos partidarios y hasta económicos que tienen. Cada elección el fenómeno se multiplica, y solo repiten el discurso aquel de “seré representante del pueblo”, una afirmación tan vaga como vacía. Necesitamos diputados con criterio propio, comprometidos con la Constitución, que terminen con las prácticas oscuras del parlamento pero que tampoco traigan nuevas mañas, que respondan a sus electores y no a sus patrocinadores.

Eso depende de usted a la hora de elegir.