Desde el 9F, el país afronta una espiral de retórica verbal y se ha azuzado irresponsablemente desde las redes sociales, las tarimas públicas y las curules. Para el salvadoreño común, ni las campañas de odio ni la prohibición de la crítica pueden ser la solución a esta situación.
Diferencias siempre podrán haber y es conveniente que las haya. No puede haber sociedades de pensamiento uniforme porque entonces estaríamos ante la definición de totalitarismo. Tampoco se puede usar turbas para forzar posiciones políticas -como hemos visto en regímenes como los de Venezuela o Nicaragua-, y tampoco esa locurita de apelar al Código Penal por insultar diputados o funcionarios.
La sensatez y la moderación siempre darán mejores resultados que la crispación y la retórica incendiaria. Lo ha demostrado la historia. El país necesita consensos para resolver sus profundos problemas y solo la construcción de puentes entre los adversarios políticos puede lograrlo.