La confrontación política se ha agitado demasiado en las últimas semanas en El Salvador. Se ha abierto una puerta muy peligrosa al enfrentamiento político y, aunque es evidente que se buscan réditos electorales con eso, el riesgo es enorme de romper un país en pedazos que luego será muy difícil de volver a unir. Hay que ver más allá de las elecciones.

Desde el 9F, el país afronta una espiral de retórica verbal y se ha azuzado irresponsablemente desde las redes sociales, las tarimas públicas y las curules. Para el salvadoreño común, ni las campañas de odio ni la prohibición de la crítica pueden ser la solución a esta situación.

Diferencias siempre podrán haber y es conveniente que las haya. No puede haber sociedades de pensamiento uniforme porque entonces estaríamos ante la definición de totalitarismo. Tampoco se puede usar turbas para forzar posiciones políticas -como hemos visto en regímenes como los de Venezuela o Nicaragua-, y tampoco esa locurita de apelar al Código Penal por insultar diputados o funcionarios.

La sensatez y la moderación siempre darán mejores resultados que la crispación y la retórica incendiaria. Lo ha demostrado la historia. El país necesita consensos para resolver sus profundos problemas y solo la construcción de puentes entre los adversarios políticos puede lograrlo.