En el debate sobre eso que reductivamente suele denominarse “educación sexual” se dan fenómenos muy curiosos. Médicos que deberían preocuparse por la calidad de la información que ofrecen a la opinión pública exhiben una visión extrañamente oblicua, y ciudadanos que demandamos rigurosidad científica nos vemos sorprendidos por el tipo de interlocución que hallamos en aquellos que, teóricamente, serían los más interesados en evitar la manipulación de los datos.

No puedo menos que lamentar el grueso equívoco de un estimado galeno que la semana pasada, en breve alusión a un artículo de este servidor, afirmó que los amplios estudios sobre “sexualidad y género”, desarrollados por los especialistas Mayer y McHugh en 2016, no eran más que “una opinión publicada en The New Atlantis”, rematando con un comentario sobre el supuesto “corte conservador” de la revista.

Con este tipo de “argumentos” es difícil saber dónde finaliza la ciencia y empieza la ideología. De hecho, si en un solo párrafo ambos extremos parecen tocarse, la pregunta que cabe hacerse es si deseamos realmente llegar al fondo de tan compleja temática.

Claro que pueden tenerse diferencias con las conclusiones a que arriban los doctores Lawrence S. Mayer y Paul R. McHugh, pero ¿será honrado calificar de simple “opinión” un informe de 116 páginas (en su versión original en inglés), con una bibliografía de casi 400 entradas y que alude a cientos de artículos y “papers” de especialistas en áreas tan diversas como la genética, la epidemiología, la endocrinología, la pediatría, la embriología, la neurociencia y, por supuesto, la psiquiatría? ¿Bastará llamar “conservador” al journal que publicó el documento para minusvalorar el currículum de dos psiquiatras muy prestigiosos que llevan décadas publicando sus investigaciones en las mejores revistas científicas del primer mundo, “conservadoras” o no?

Que defensores a ultranza de la “perspectiva de género” se hubieran lanzado contra este completo informe no es extraño en absoluto. Más bien era lo esperable. Quienes viven de promover el aborto o los tratamientos de cambio de sexo, por ejemplo, no dejarán que un “paper” científico, por integral y multidisciplinario que sea, les estorbe en sus planes. Aquí lo interesante es que cuando a estos grupos se les ha pedido que rebatan los aportes de Mayer y McHugh, contrarrestándolos con hallazgos que puedan ser verificados experimentalmente y sustanciados con investigaciones ajenas, el resultado no son documentos robustos (como el que comentamos) sino invalidaciones gratuitas y hasta ofensas.

¿En verdad se quiere argumentar a fondo contra el informe “Sexuality and Gender”? Entonces vayamos a la fuente y abordemos, parte por parte, el conjunto de sus aproximaciones. Copio, para iniciar este diálogo, una sola de las conclusiones que aparecen al inicio del documento: “Las pruebas científicas no respaldan la visión de que la orientación sexual sea una propiedad innata y biológicamente fija del ser humano”.

Pregunto: ¿existe una sola investigación seria que contradiga esta “opinión” de Mayer y McHugh? Y si existe, ¿qué consenso científico la avala? ¿Cuántos especialistas de prestigio, echando mano de su larga experiencia y una más extensa bibliografía, afirmarían que la ciencia sí corrobora que la orientación sexual es una propiedad innata, biológicamente inalterable?

Quedo muy pendiente de su respuesta, doctor. Si nos atenemos a las reglas básicas de cualquier debate intelectual, no tengo duda de que este intercambio será muy ilustrativo para los amables lectores de El Mundo. Saludos.