La grave crisis económica y social que sacude al mundo, no es más que el derivado de la enorme crisis de liderazgo político, que, por falta de principios éticos en las relaciones personales e institucionales, se ha hecho evidente a nivel mundial.

Hace muy poco tiempo se ponderaba que la elección de Trump, como presidente de Estados Unidos de América, sacaría al mundo del “bache” en el que lo habían postrado sus antecesores. Algunos pensaban que la creación del euro, como moneda común entre los integrantes de la Unión Europea, ofrecería otro referente ante un devaluado dólar americano. Otros más pretendían que el vigor de la economía china, con sus tasas de crecimiento espectaculares, beneficiaría a todas las naciones, en algo nunca imaginado hasta entonces en el mundo. Desde Estados Unidos propusieron al mundo una modalidad llamada “Consenso de Washington”, como la solución a la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la infelicidad.

Las más importantes ofertas de “solución democrática”, ya sean del pasado o del presente de Obama, Merkel, Sarkozy, Putin, Lula, Kirchner o Singh, o de los jefes de gobierno de Japón, que caen con tanta frecuencia desde hace más de diez años, que no se puede hacer referencia a uno, así como las de sus antípodas, con “soluciones autoritarias”, representados por décadas, por Hu Jintao, Kim Jong-II, Khadafi, Assad, Ahmadineyad, Castro, Chávez, Morales, Correa y Ortega, no serán más que otras tantas ficciones para la frustración de millones de personas, manipulados ahora como “indignados”.

Durante años se habló del “sueño americano”, que funcionó como un imán atractivo, hasta que se vino la crisis de Estados Unidos, manifestada en cuatro aspectos: crisis de integridad territorial con el atentado terrorista musulmán en 2001; crisis de seguridad en la inversión económica con la quiebra de Lehman Brothers y sus secuelas en 2008; crisis de la seguridad de información confidencial de su gobierno con la fuga de Wikileaks en 2010 y crisis en la confianza del voto depositado actualmente, crisis y más crisis.

Robert Luis Stevenson dijo que la política es la única profesión para la que no se considera necesaria ninguna preparación, y tenía razón, pero no es menos cierto que existe una cualidad imprescindible para tener éxito en política, para lograr atraer una comunidad centrada en sus propios problemas en torno a una serie de principios. Esta cualidad no es otra que lo que denominamos el liderazgo político. Prestancia, comunicación, imagen y dedicación, son, entre otros, atributos que no resultan ajenos a la figura del líder político que necesita un país, pero, ahora bien, ¿cuáles son las características que definirían el liderazgo político de nuestro tiempo? Algunas notas que caracterizan el auténtico liderazgo, son la congruencia y la vocación de servicio.

Pasará todavía un buen tiempo, hasta que esta crisis reviente las modalidades de operación antimercado y antipolíticas, para que se pueda ver en el horizonte la solución que las personas quieren: oportunidades para lograr el desarrollo que lleve a su plenitud las potencialidades de cada quien.

LA CREDIBILIDAD. En nuestros días es la cualidad más importante para un líder. El descrédito actual que vive la clase política sólo podrá superarse gracias a ella. LA FIRMEZA. La política no es terreno para pusilánimes y mucho menos en tiempos de crisis. La firmeza y la resolución son cualidades que proporcionan seguridad a los ciudadanos. LA AUTORIDAD. Distingámosla de la firmeza, puesto que, mientras que la primera se refiere a la imposición y la previsibilidad del yo. La autoridad se ejerce frente al resto. LA HONESTIDAD. El líder político necesita ser honesto con sus votantes, con los ciudadanos. LA CONVICCIÓN. El líder político actúa conforme al diálogo, no a la imposición. Su autoridad en este sentido es más moral que ejecutiva. Esas características sin lugar a dudas conducirían a lo que en términos políticos se llamaría “liderazgo de gestión del bien común”, que sustituya la operación maquiavélica del “poder por el poder” y la hedonista del “placer por el placer”. Si las personas logran tener al frente de sus gobiernos, políticos con la convicción de la verdad y el bien, se podrá restaurar la concordia y la felicidad que siempre van armonizadas con la propiedad como fruto del trabajo, el ahorro y la austeridad, que sólo se obtiene con la fortaleza de la familia y las instituciones sociales entre las que hoy destacan más, la escuela y la empresa.