El cambio climático ya está aquí, no es un invento de los chinos como dice Trump ni una fantasía apocalíptica, como hasta hace unos años decían algunos. Nuestra estación lluviosa es cada vez más corta, en una generación hemos visto gran cantidad de ríos secos y el plástico ahoga nuestros océanos.

De todos esos malos augurios me asustó el informe publicado por Nature Climate Change que asegura que El Salvador está entre los países que podrían perder hasta el 80 % de sus costas arenosas al final de este siglo. Imagine usted el impacto que eso puede traer para nuestra forma de vida, para nuestra economía y para nuestras apuestas turísticas. Una catástrofe en todo sentido.

La peor de las desgracias es que hay muy poco que se puede hacer. La mayor parte de las consecuencias del cambio climático se derivan de las conductas de depredación ambiental de las naciones más industrializadas del mundo, no de pequeños países como el nuestro. Nuestras emisiones de carbono o nuestra basura plástica -demasiado para nuestro gusto- no van a causar un desastre ambiental pero igual sufrimos por nuestra posición geográfica.

El Salvador tiene una línea de costa de 307 kilómetros desde la frontera con Guatemala hasta el Golfo de Fonseca. Si el 80 % de nuestras playas arenosas se ven perjudicadas por el aumento del nivel del mar, imaginemos entonces cómo nos veremos afectados.

La apuesta por el turismo como inversión económica puede verse sumamente golpeada por estos desastres y más allá de cifras macroeconómicas, las consecuencias hacia la gente que vive en zonas costeras, que se irá viendo afectada por esta nueva realidad y que probablemente se verá forzada a migrar en un contexto mundial cada vez más difícil.