Se perdió el legado de la transición nicaragüense, en la que se destruyeron los fusiles pero no se pudo construir democracia duradera. La pareja tiránica nicaragüense gobierna el país como si fuera una hacienda en la que puede abusar de todos a su antojo, la institucionalidad está destruida y el último objetivo de su demencial autoritarismo es la Iglesia Católica.
Los nicaragüenses llevan casi dos años luchando por recuperar la senda democrática, pero el régimen de Ortega se convirtió en una dictadura militar donde los fusiles prevalecen sobre la voluntad popular y es imposible celebrar elecciones libres en las condiciones actuales.
Parte del problema es que la comunidad internacional es demasiado lenta para tomar decisiones y contribuir a salidas pacíficas, demasiados comunicados y declaraciones y escasas acciones; ha sucedido en Cuba, Venezuela y ahora en Nicaragua. La pesadilla es interminable.