Tan pronto conocimos el anteproyecto de ley erróneamente denominada “Ley de reconciliación nacional”, escuchamos numerosos llamados a olvidar los graves hechos ocurridos durante la guerra solapada que por fin estalló en 1979 y terminó en 1992.

Un problema serio en El Salvador es su corta memoria, su tendencia a olvidar, por eso somos un pueblo sin referentes nacionales. Juristas, literatos, artistas, intelectuales, aún líderes políticos, ya no se diga próceres, son figuras desconocidas para la mayor parte de la población. Hemos aprendido, o nos han enseñado, a olvidar, a ignorar. Yo tuve que llegar a la Universidad para enterarme de lo ocurrido en 1932 en el Occidente del país; hasta entonces solo oí hablar del “levantamiento comunista”. Debió pasar casi medio siglo para que los hechos salieran a luz con investigación y documentación histórica.

Ahora nuevamente nos piden olvidar. Pero olvidar es imposible, inhumano. ¿Quién olvida la muerte, serena o angustiosa, pacífica o violenta, del cónyuge, del padre o madre, hermano, hermana, hijo, hija o amigo cercano? Se diría ingrato a quien lo haga. Y en nuestro país aún vivimos, vivimos cientos, miles, de viudas, huérfanos, hermanos, hermanas, padres, parientes o simplemente amigos de personas que murieron o desaparecieron hace apenas 25 o 30 años.

Veamos más allá de nuestro reducido horizonte. El mundo entero recuerda cada año, solemnemente, el genocidio nazi de la 2ª Guerra Mundial. En España, en estos días, los restos del dictador aliado de Hitler, Francisco Franco, serán exhumados del monumento levantado por los vencedores de la guerra civil (1939), para eliminar el sentido épico del sitio. En Argentina, el 25 de marzo, en el 43 aniversario del golpe militar” (1975), miles desfilaron “en recuerdo de amigos y compañeros que no están más”. Manifestaban porque se haga justicia a las 30 mil personas desaparecidas. En Chile, tan reciente como 9 noviembre 2018, 11 militares han sido condenados por su participación en la “Caravana de la muerte” durante la dictadura.

Quienes piden olvidar no han dimensionado lo ocurrido en nuestro querido El Salvador. Comparemos. En Argentina, con 29 millones 340 mil habitantes al final de la dictadura (1983), hubo 30 mil civiles desaparecidos. En Chile, con 13 millones 179 mil al final de su dictadura (1990), se citan 40 mil víctimas, de las cuales 3.065 muertas o desaparecidas. En El Salvador, con sólo seis millones de habitantes, entre 1975 y 1992, hubo 72 mil ¡el 1.2 % de la población! Al terminar la guerra de Viet Nam los Estados Unidos tenían 215 millones 973 mil 200 habitantes; durante esa guerra murieron 58.318 soldados norteamericanos. Si Viet Nam fuese para los Estados Unidos el equivalente a la guerra civil en El Salvador, hubiesen sido 2 millones 591 mil 678 los muertos (1.2 %). De acuerdo a la BBC de Londres, la masacre de El Mozote, con sus más de 990 muertes documentadas -hombres, mujeres, ancianos, niños- fue “la mayor matanza en Latinoamérica en el siglo XX”. No se sabe de otro país en donde hayan sido asesinados al menos 18 sacerdotes diocesanos, cuatro religiosas (norteamericanas), seis sacerdotes jesuitas, un Obispo y un Arzobispo (el tercero en la historia católica). Holanda ahora reclama justicia por cuatro periodistas asesinados… ¡Y nos piden olvidar!

Se pide amnistía, amnesia, olvido para los crímenes del pasado y, al mismo tiempo, pena de muerte para los crímenes actuales. ¿Habrase visto mayor contradicción?

Olvidar es imposible, inhumano, ingrato e inconveniente. Sin embargo, sí es posible perdonar y, por esa vía, también reconciliar. Ruanda es el mejor ejemplo de ello. En 1994 ocurrió ahí el peor genocidio del Siglo XX: 800 mil víctimas. El pasado domingo, 7 de abril, en todo el país hubo actos conmemorativos del suceso “para evitar que caiga en el olvido”. En su discurso oficial, ante el Memorial para el Recuerdo, el presidente de la nación, dijo: “En 1994 no había esperanza, sólo oscuridad. Ahora, la luz irradia desde este lugar”. El presidente de la Comisión Europea, ahí presente expresó: “Es deber de nuestra generación no olvidar nunca (…) Sólo a través del recuerdo podemos construir juntos un futuro más esperanzador”.

Busquemos la reconciliación por el camino correcto: respeto a las víctimas, conocimiento de la verdad, justicia y restauración. ¡No nos pidan olvidar!