La veloz inflación en Estados Unidos oculta señales de una desaceleración económica que podría amenazar la longevidad del crecimiento actual. Aunque el gasto personal de consumo nominal creció el 3,4 % entre octubre de 2021 y marzo de 2022 (el último mes para el que contamos con información), teniendo en cuenta la suba de precios, el gasto personal de consumo no varió en términos agregados. Y las ventas minoristas ajustadas por inflación pintan aún peor: siguen igual desde marzo de 2021.

Esta desaceleración también se percibe en los datos sobre las opiniones de la gente. Una encuesta del mes pasado llevada a cabo por CNBC-Momentive halló que la mitad de los estadounidenses comieron menos afuera y más de un tercio de ellos usaron menos sus automóviles o cancelaron una suscripción mensual. La gravedad de esas reducciones del gasto puede aumentar: el 40 % de los encuestados dijo que, de mantenerse los altos precios, consideran cancelar sus vacaciones; y el 76 % expresó su preocupación porque la suba de precios los obligará a reconsiderar sus decisiones financieras.

El índice de la Universidad de Michigan sobre el ánimo de los consumidores refuerza estos hallazgos: cayó a su punto más bajo en una década (es menor incluso que en la primavera de 2020, cuando la pandemia de COVID-19 causó un salto abrupto del desempleo y una grave contracción económica). El estancamiento del gasto y la reducción de los planes de gasto futuro no debieran sorprendernos, si consideramos que la inflación redujo los salarios reales de la mayoría de los trabajadores. Hasta el momento los consumidores mantuvieron en gran medida su gasto actual, a pesar del impacto de los mayores precios en los presupuestos de los hogares, pero eso no puede durar indefinidamente y tal vez ni siquiera llegue al segundo semestre de este año.

El gasto de los consumidores representa la parte del león de la economía estadounidense, pero es posible que las empresas previsoras también estén planificando una contracción. El mes pasado, una encuesta del Banco de Filadelfia de la Reserva Federal de EE. UU. mostró que las empresas manufactureras tienen las menores expectativas netas de aumento de la actividad futura desde diciembre de 2008, cuando transitábamos las profundidades de la Gran Recesión. Más del 85 % de las empresas afirmó que los precios de sus insumos aumentaron. De manera similar, en una encuesta a pequeñas empresas llevada a cabo en abril por la Federación Nacional de Empresas Independientes (National Federation of Independent Business), solo el 4 % de ellas afirmó que los próximos tres meses serán un buen momento para ampliarse (una reducción de más de la mitad en seis meses). En el otoño pasado era más frecuente que las empresas esperaron mayores ventas en el siguiente trimestre; ahora un 12 % más de empresas espera que sus ventas se reduzcan en vez de crecer en ese plazo.

Ciertamente, muchos otros indicadores sugieren que la recuperación sigue en curso, pero estos datos son preocupantes porque señalan la posibilidad de que los consumidores se estén estancando, y que los hogares y las empresas se estén volviendo cada vez más pesimistas. De acuerdo con esto, la Reserva Federal de EE. UU. debe adecuar sus planes —y su retórica— a todos los datos. Aunque el presidente de la Fed, Jerome Powell, habla de un aumento «expeditivo» de las tasas de interés a un nivel en que la política monetaria ya no estimule la demanda, los halcones del Comité de Políticas del Banco Central insisten en acciones aún más agresivas. Por ejemplo, James Bullard, presidente del Banco de St. Louis de la Reserva Federal, desea que la tasa de referencia de la Fed llegue al 3,25-3,5% para fines de este año.

Es posible que eso resulte necesario en última instancia, pero dadas las señales de alerta —incluida la desaceleración del crecimiento del salario nominal promedio en abril— la Fed debe cuidarse de no quedar atrapada en un curso de acción específico por condicionar la expectativa del mercado imprudentemente con una retórica dura. Después de todo, es posible que los halcones de la Fed estén sobreestimando la dificultad de enfriar la economía. Habitualmente la Fed tiene que inducir despidos para desacelerar la economía, pero el mercado de trabajo actualmente carece de margen debido al exceso de vacantes, no a niveles elevados de desempleo. Reducir las vacantes puede resultar más fácil que inducir despidos.

Además, las condiciones financieras ya están respondiendo rápida —y previsoramente— a las posibles restricciones monetarias. El rendimiento de los bonos del Tesoro está aumentando y las tasas fijas de las hipotecas a 30 años se dispararon de cerca del 3 % a principios del año a más del 5 % este mes. Además de esas cuestiones, la guerra de Rusia en Ucrania y la desaceleracióneconómica en China enfriarán en alguna medida la economía estadounidense, reduciendo aún más la carga de la Fed. A eso se suma que las expectativas inflacionarias a largo plazo son razonablemente estables, por lo que debiera ser más fácil para la Fed restablecer la inflación a corto plazo ahora que en las décadas de 1970 y 1980, cuando hubo que recomponer completamente las expectativas a largo plazo. La Fed se retrasó dolorosamente durante 2021. Incapaz de percibir el grado en que se acumulaban las presiones inflacionarias, agregó combustible a una economía ya recalentada. Si las condiciones económicas pierden velocidad más abruptamente de lo que prevé, tendrá que aplacar en 2022 más ágilmente de lo que fortaleció en 2021. La posibilidad de que EE. UU. sufra una recesión el próximo año tal vez penda de un hilo.