Terminadas las fiestas de fin de año y apagadas las luces de los árboles navideños, el año laboral comienza pensando en los enormes desafíos que tenemos como nación. Enfrentamos una coyuntura bastante pesimista con previsiones económicas, sociales y políticas difíciles y una pandemia que seguramente seguirá golpeándonos en todos los flancos.

Los números y proyecciones económicas del país son muy deprimentes y no parece haber una toma de conciencia sobre cómo enfrentarla. La empresa privada, motor económico del país, sigue sufriendo la incertidumbre del discurso político ambiguo, cargado de confrontación.

El discurso político ha decepcionado repetidamente a la ciudadanía por su incoherencia y su carencia de resultados en la vida real. Otra vez nos toca enfrentar un año agitado por una campaña electoral que será intensa y confrontativa, cargada de insultos, tristemente carente de propuestas y más marketing electoral. La población se ve frustrada de tantos discursos y promesas de cambio que no llegan. Lamentablemente la clase política sigue pensando en cálculos electorales y no en resolver la grave problemática nacional.

Tomar una decisión electoral responsablemente es lo menos que podemos hacer, seguir votando entre la emoción provocada por el marketing electoral o el voto de castigo aunque signifique hundirnos aún más no puede ser solución a nada. El mejor propósito de año nuevo debe ser hacer una reflexión profunda sobre el voto y las consecuencias personales, familiares y nacionales en su decisión.

Los salvadoreños hemos logrado salir adelante de catástrofes naturales, del conflicto armado y de malos gobiernos que hemos tenido. El desafío de la pandemia y la economía es profundo, pero si apelamos a nuestra capacidad de trabajo y aplicamos sensatez a nuestras decisiones, podremos enderezar el rumbo del país.