En estos días se ha recordado un aniversario más de la ofensiva guerrillera “Hasta el tope”, la peor cara de la guerra civil salvadoreña. Una ofensiva que dejó miles de muertos, heridos y desplazados y que tiene como macabro corolario, la horrible masacre de los sacerdotes jesuitas.

Es muy importante que recordemos esos hechos para no volverlos a repetir, para entender dónde nos puede llevar la intolerancia, la cerrazón y los extremismos ideológicos, el odio entre hermanos. Y luego para ver que muchas de esas justificaciones dadas por los autores de esas guerras se han ido cayendo con el paso de los años.

Mis abuelos solían repetir una frase lapidaria sobre la guerra: “la guerra ni de palabras es buena”. La experiencia, sus convicciones religiosas y su visión de gente sencilla, pero sumamente sana los llevaba a expresiones así.

La guerra ni de palabras es buena. En una guerra no hay bando bueno y la crueldad y la maldad son la conducta habitual.

No podemos volver a glorificar la guerra, no hay heroísmos en una guerra civil, solo gente inocente que sufre y que muchas veces no entiende ni las causas. Y sufre además porque pierde todo, desde sus seres queridos hasta sus bienes más preciados. Mientras con el paso de los años, los autores de la guerra son capaces de pactar y entenderse sin más, olvidando a las víctimas e insistiendo en la impunidad.

En la guerra no solo se perdieron vidas, se mataron espíritus de aquellos que sufrieron torturas, desplazamientos, exilio, los que perdieron a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos, a sus parejas, a sus seres queridos y la desaparición de otros a los que nunca pudieron darle cristiana sepultura y que aún hoy buscan.

Lo sufrido por todos los salvadoreños debería ser una gran lección para entender que la confrontación y la intolerancia fue lo que llevó a aquel horrible conflicto del que aún afloran las heridas. Hoy necesitamos cultivar aún más la moderación, la tolerancia, los puentes de entendimiento, aprender de esos terribles episodios para no repetirlos nunca más, para que las generaciones venideras no tengan que afrontarlos y sufrirlos. Esa es la responsabilidad de las generaciones actuales y futuras. Que este recuerdo de la ofensiva y de la masacre de los padres jesuitas sea para no olvidar que no debemos volver ahí nunca en nuestra historia.