He tenido la dicha de haber tenido un gran padre. Un buen hombre en todo el sentido de la palabra, que siempre estuvo pendiente de mí en cada momento de mi vida y que tenía delicadezas y cuidados que nunca olvidaré. Mi padre aún vive y sigue teniendo esos detalles que llenan el corazón.

Pero he sido doblemente dichoso. Tuve un abuelo paterno extraordinario. Mi abuelo materno apenas lo conocí, por eso no hablo mucho de él. Pero mi abuelo paterno era un hombre sereno, sabio, ejemplar, profundamente religioso, que trabajó hasta sus 90 años y que padeció la enfermedad de sus últimos dos años de vida con la paciencia y la fe de Job.

Hay otra persona que ha sido un padre para mí, de todo corazón, don Carlos, un hombre profundamente bueno y generoso que influyó positivamente en mi vida en mi adolescencia y primeros años de juventud.

He pensado en ellos en este Día del Padre, como un homenaje a esos hombres que han marcado mi vida de cosas positivas. Pero también para hablar de la dicha de ser padre, ya que tengo tres hijos que me llenan de alegría e ilusión.

Pero no quiero dejar de pensar en este día en todos aquellos padres que han perdido a sus hijos por la violencia. Los he visto llorar, impotentes, ante la muerte de sus vástagos, en nuestras calles, en nuestras colonias, en esas imágenes que aparecen en los medios de comunicación.

Es horroroso perder un hijo de esa manera, arrancado por esta locura que se llama violencia. Ese dolor no se lo deseo a nadie. Esas lágrimas de sangre arrugan el alma de nuestra nación y nos demuestran la necesidad terrible de acabar con esta vorágine en la que nos hemos hundido.

Vayan mis felicitaciones a todos los hombres que se merecen el título de padres de familia y también a aquellas mujeres que son padre y madre, y que se merecen doblemente la admiración y el respeto de sus hijos.