No recuerdo haber vivido una campaña electoral tan insólita como la que esta semana llega a su fin. Guerras campales de memes y calumnias, uso indiscriminado de fondos públicos, candidatos robóticos huérfanos de propuestas, ilegalidades a la orden del día, acusaciones infundadas de fraude, aspirantes inhabilitados que jamás debieron haber sido inscritos, el asesinato de dos personas perpetrado por guardaespaldas de un ministro y hasta la burda utilización electoral de un trágico deslave en Nejapa: todo ha formado parte del proceso electoral más turbador en la historia democrática salvadoreña.

Visto lo visto habría que preguntarse si el surrealismo político ha llegado para quedarse o si regresarán aquellos niveles de mínima sensatez que alguna vez hicieron de la política un canal atractivo para servir al país. Mientras tanto, a nuestro pesar, esto es lo que hay: la más mediocre generación opositora, enfrentada a la peor generación de líderes emergentes, durante la más compleja crisis sanitaria y económica que El Salvador ha sufrido en décadas. Combinación de factores que el domingo 28 de febrero podría resultar fatal y desoladora.

Pero también existen razones para creer que bien puede no ser así. Hay candidatos potables en varios partidos de la oposición y el resultado de los comicios depende de factores muy diversos. Incluso es probable que la competencia se haya ido abriendo en semanas recientes, dado el estiramiento que se ha hecho de los recursos inmorales señalados arriba.

Analicemos por un momento ese listado de personas que conforman la planilla completa del partido Nuevas Ideas. ¿Acaso hay allí probada integridad, honorabilidad notoria, méritos indudables que hagan de esos candidatos magníficas alternativas para reemplazar a quienes ellos llaman “los mismos de siempre”?

Porque si de intercambiar caras se trata, no olvidemos que en su día los parlamentarios de Hitler en el Reichstag alemán también fueron la gran novedad. Los diputados que obedecieron ciegamente a Hugo Chávez para confeccionarle una Constitución a su medida, con la cual destruyeron a Venezuela, también fueron considerados la vanguardia de la “gloriosa Quinta República Bolivariana”. Hacia la Constituyente de 1917, en Rusia, Vladimir Lenin aseguraba que los delegados bolcheviques serían “los legítimos representantes del pueblo”, en oposición a “los representantes de la burguesía” que debían ser barridos del poder. (Ignoro cómo se dice “¡Van para afuera!” en ruso).

Curiosamente, tanto los diputados de Hitler como los de Chávez y Lenin, o como esos que hoy lamen el suelo por el que pasa Ortega en el congreso nicaragüense, tienen una oprobiosa característica en común: la sumisión perruna al líder del que dependen. Como no saben hacer otra cosa que medrar cerca del poder, estos individuos tejen un cordón umbilical irrompible con el tirano que les ha colocado donde están. Sin él nada pueden, nada importan, nada valen.

El déspota, a su vez, necesita a esta caterva de serviles para afianzarse en la cúspide. Ninguna tiranía se edifica en solitario, por lo que un pequeño ejército de cómplices se vuelve indispensable. Y parece que de esa extrema docilidad están hechos, precisamente, los candidatos de Nuevas Ideas: mucha inmadurez, escaso carácter, notable incapacidad para articular ideas y hasta un pequeño ego hinchado que siente que vuela tras 15 minutos en televisión. Que con esta gente vaya a conformarse la fracción mayoritaria en la próxima Asamblea es un signo de los oscuros tiempos que corren.