El uso del plástico de un solo uso es generalizado en el país. Haga usted el ejercicio. Casi le dan una bolsa por cada producto que compra en el mercado, en el supermercado o en cualquier puesto de la calle. Sume a eso las pajillas, los platos, vasos, tapas de café, botellas y cubiertos desechables. Las usamos y la tiramos, muchas veces sin empacho alguno a la calle, al aire libre. Si seguimos, la lista es interminable.

El plástico es sumamente contaminante. Tapa los tragantes, llega a los océanos y envenena los peces y también a los seres humanos. La semana pasada, investigadores canadienses publicaron un estudio que revela que un hombre adulto ingiere de promedio hasta 52.000 micropartículas de plástico al año. Si se les suma las que se encuentran en el aire, la cifra aumenta a 121.000. Si sólo se consume agua embotellada, hay que añadir 90.000 micropartículas suplementarias. Las partículas más finas “pueden potencialmente alcanzar los tejidos humanos (y) generar una respuesta inmunitaria localizada”, dice el estudio.

A finales de mayo, la diputada Mayteé Iraheta propuso legislar para que se emita la “Ley 2021 Conversión del plástico de un solo uso y sus productos derivados a productos biodegradables”. En otras palabras, el reemplazo del plástico de un solo uso por otros materiales biodegradables que no perjudiquen el medio ambiente.

Se trata de un cambio cultural que trae costos económicos pero que a la larga, tiene un impacto positivo sobre el medio ambiente, tan degradado en El Salvador. Habrá resistencia, claro. Habrá intereses que buscarán influir en los diputados para no aprobarlo, por supuesto. Pero es un tema que hay que considerar y empujar con seriedad para bien de las generaciones actuales y futuras. Es hora de frenar el plástico.